Revista Vivienda Infonavit

El derecho a la vivienda y las personas jornaleras agrícolas:¿cómo tener una habitación propia en medio de la precariedad laboral?

Revista Vivienda Infonavit, Grupos y territorios vulnerables, junio 2024.

En México, esta es una de las posiciones laborales más precarias y, a pesar de que resulta fundamental para que todo tipo de alimentos y otros productos sean de acceso cotidiano, a quienes la ocupan se les ha negado la protección, desde el derecho al trabajo y otras garantías vinculadas. En los hechos, son generalmente personas migrantes que se trasladan con sus familias al centro agrícola, sin un contrato de por medio y aceptando condiciones de vivienda inadecuadas desde cualquier punto de vista. El propósito de este ensayo es proponer lineamientos para el cumplimiento del derecho a la vivienda en el caso de esta población, además de mostrar su importancia superlativa por la relación que este derecho guarda con otros fundamentales que al día de hoy no son de su acceso pleno.

De modo que cuando os pido que ganéis dinero
y tengáis una habitación propia, os pido que viváis en presencia
de la realidad, que llevéis una vida, al parecer,
estimulante, os sea o no os sea posible comunicarla.
Virginia Woolf, Una habitación propia

En México, las personas jornaleras agrícolas ocupan una de las posiciones laborales más precarias. De acuerdo con el marco normativo nacional e internacional, lo que las distingue es que ellas realizan labores de siembra, recolección y almacenamiento de productos del campo, sin participar en su comercialización (ni recibiendo los beneficios de esta), utilizando solo su fuerza corporal,1 con herramientas mínimas de protección, por temporadas acotadas2 y, por lo general, cobrando por destajo; es decir, por el monto de lo producido independientemente del tiempo en que se haga.

Hay que señalar que este tipo de personas trabajadoras no suelen negociar de manera directa con quienes les emplean, sino que esto lo hace una o un intermediario conocido como “cuadrillero”. Esta persona recluta, traslada, negocia el monto de la paga y las actividades; también muchas veces les presta dinero para cubrir necesidades de salud, vivienda y alimentación que las y los empleadores no proveen.
Aunque esta labor tiene un carácter fundamental para el cumplimiento del derecho a la alimentación en una sociedad, quienes lo ejercen han sido invisibilizadas e invisibilizados en el contexto de las cadenas de producción y para el reconocimiento de derechos laborales. Por ello, además, se ha instalado la percepción social de que su labor no constituye un auténtico empleo y, a pesar de que resulta importantísimo para que todo tipo de alimentos sean de acceso cotidiano, se les ha escatimado la protección de su derecho al trabajo digno y otras garantías vinculadas, sobre todo las de seguridad social. Esta percepción también está, de manera desafortunada, en quienes emplean a estas y estos trabajadores y en la autoridad que no ha supervisado, durante muchos años, la garantía de todos sus derechos sin discriminación. No es casual, por ejemplo, que en el contexto de la pandemia, mientras celebrábamos a quienes transportaban alimentos y a quienes los vendían a pesar del riesgo de adquirir el virus de la COVID-19, poco se dijo acerca de las y los jornaleros que no pararon de trabajar en los campos de cultivo.

En los hechos, las y los jornaleros son generalmente personas migrantes que se trasladan con sus familias al centro agrícola, sin un contrato escrito de por medio, cobrando por día de trabajo y aceptando condiciones de vivienda inadecuadas desde los estándares de derechos humanos (Echeverría-González, Ávila-Méndez y Miranda-Madrid, 2014); las cuales no aceptaríamos quienes consumimos los bienes que ellas producen. Generalmente, estas personas resuelven su necesidad de vivienda de tres formas: ocupando los albergues establecidos por organizaciones sociales y, en ocasiones, con el apoyo de alguna instancia pública federal o local; habitando espacios acondicionados por quienes les emplean cerca del campo de trabajo (y donde pueden también resguardarse pesticidas, herramientas e, incluso, animales); o bien, aportando parte de su sueldo para que las y los cuadrilleros les ayuden a establecer vivienda temporal y precaria.


Como puede apreciarse, estas condiciones distan mucho del estándar del derecho a la vivienda que, de acuerdo con el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de Naciones Unidas (ONU, 1991 y 1997), se integra por los siguientes elementos: seguridad jurídica de la tenencia, disponibilidad de servicios, materiales, facilidades e infraestructura, gastos soportables por el ingreso de la persona, habitabilidad, asequibilidad, localización adecuada, adecuación cultural y, finalmente, protección contra los desalojos forzosos.

En este sentido, el propósito de este ensayo es revisar el ejercicio del derecho a la vivienda en el caso de las personas jornaleras agrícolas; mostrar su importancia superlativa por la relación que este derecho guarda con otros; y proponer alternativas para que ellas y ellos puedan acceder sin discriminación a dicho derecho. Mi argumentación procederá en tres etapas. Primero ofreceré un panorama acerca de la situación general de las personas jornaleras agrícolas en México y sus condiciones de vivienda. Luego recuperaré el concepto de precariedad laboral de Guy Standing (2011), para mostrar cómo la violación del derecho a la vivienda se ha naturalizado como condición de la productividad en general y, además, la manera en que esta categoría podría aplicarse a la situación del trabajo en el campo mexicano. Finalmente, en la conclusión, ofreceré algunas recomendaciones generales para lograr el posible y deseable ejercicio del derecho a la vivienda sin discriminación para las personas jornaleras agrícolas.

Las personas jornaleras agrícolas en México y el derecho a la vivienda

Una primera dificultad para conocer la situación de esta población es la falta de estadísticas precisas, periódicas y realizadas por instancias públicas, tanto acerca de su magnitud como de su composición. En 2009, la entonces Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) realizó la primera Encuesta Nacional de Jornaleros Agrícolas (ENJO), estimando que existían 9.2 millones de estas y estos trabajadores y sus familias.3 Del total, 18% hablaba una lengua indígena; 81% era hombre; 21%, migrantes nacionales; poco menos de 20% contaba con acceso a la seguridad social y 44% se situaba por debajo de la línea de pobreza alimentaria (Sedesol, 2011). En 2011, la Sedesol también consignó, en el Programa de Atención a Jornaleros Agrícolas (PAJA), que sus destinatarios y destinatarias serían alrededor de 5.9 millones de personas (incluidas también sus familias) (Sedesol, 2016). Fue hasta 2022 que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) incluyó de manera explícita a esta población en el Censo Agropecuario, señalando que en el país hay 16 millones de personas que la integran, localizadas principalmente en Guerrero, Veracruz, Puebla, Oaxaca, Estado de México y Chiapas (Inegi, 2022). Como puede apreciarse, hay una gran disparidad entre las cifras oficiales.

No obstante, a partir de estos documentos oficiales y otros, podemos obtener algunas constantes respecto de la situación del derecho a la vivienda para las y los jornaleros:

► La ENJO 2009 les clasifica en tres categorías: personas jornaleras locales, cuyo lugar de nacimiento, vivienda y trabajo se ubica en la misma localidad; personas jornaleras asentadas, que trabajan en una zona diferente de su lugar de origen y a la cual migraron hace por lo menos dos años, por lo que su vivienda se encuentra en el lugar donde laboran; y personas jornaleras migrantes, quienes trabajan en una localidad distinta de la de su hogar y duermen, por lo menos, una noche en su sitio de trabajo. La mayor parte de la población se clasifica en las dos últimas categorías, por lo que es posible inferir que ellas no ejercen su capacidad de decisión sobre el tipo de vivienda que habitan ni sus características (Sedesol, 2011).

► Las distintas versiones del PAJA, que existió entre 1990 y 2018, no consideraron como prioritario el tema de la vivienda. A este respecto resulta paradigmática la versión de 2011, que señalaba las siguientes como las problemáticas más importantes a enfrentar: el desconocimiento de sus derechos laborales; la deficiente inspección de los centros de trabajo por parte de la autoridad laboral; la carencia de servicios e infraestructura en estos centros; las vulneraciones asociadas a la migración; el trabajo infantil; y el acceso a la salud (Sedesol, 2016). Así, la gravedad de las vulnerabilidades relacionadas con la migración y los riesgos laborales han tenido como consecuencia que la carencia e inadecuación de la vivienda no hayan sido consideradas prioritarias para el Estado mexicano.

► De acuerdo con la Sedesol (2011), apenas 44% de las y los jornaleros piensa que su vivienda es armónica con las necesidades de su familia; 18% cuenta en su casa con piso de tierra, cifra que se eleva a 35% si se habla alguna lengua indígena; 50% de esta población no cuenta con drenaje ni servicio sanitario y la proporción se eleva a 80% en quienes hablan lengua indígena; y 67% de ellas y ellos vive en condiciones de hacinamiento. Como se puede inferir, y dada la concentración de hasta 80% de la población nacional en zonas urbanas, hay una tendencia a suponer que las y los trabajadores en general cuentan con facilidades y servicios en casa que, aunque muchas veces resultan insuficientes, dependen de una infraestructura que en el campo es más difícil de encontrar.

► El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), en armonía con el artículo 36 de la Ley General de Desarrollo Social, reconoce nueve carencias para delimitar a las poblaciones más vulnerables en México. A saber, ingreso per cápita, rezago educativo, acceso a la salud, a la seguridad social, a la vivienda digna, a los servicios básicos en esta, a la alimentación, a las carreteras pavimentadas y a la cohesión social. En 2015, el Coneval señaló que 97% de las personas jornaleras presenta al menos una de estas carencias y 56% tiene tres (lo que contrasta con los porcentajes respectivos de 72% y 22% para la población nacional). De forma concreta, 57% de las y los jornaleros no tienen acceso a servicios básicos de vivienda y 29% a vivienda de calidad (Red Nacional de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas, 2019). Entonces, el reto es comprender cómo todas las carencias consideradas por el Coneval se relacionan y refuerzan la precariedad habitacional.

► En 2016, el Inegi dio a conocer algunas características adicionales de las viviendas de las y los trabajadores agrícolas que inciden sobre la dinámica familiar: por ejemplo, que en sus casas viven en promedio cinco personas (la tasa nacional es de 3.7) y que estas se integran de un promedio de 3.4 habitaciones, incluidas las de uso común como cocina y baño (Inegi, 2016). La perspectiva de género ha alertado que, siempre que ocurre el fenómeno de hacinamiento, la violencia intrafamiliar de todo tipo, que tiende a recaer sobre mujeres de todas las edades, constituye una posibilidad (ACNUDH, 2012).

► De acuerdo con el informe Violación de derechos de las y los jornaleros agrícolas, de 2019, ellas y ellos se alojan generalmente en albergues o espacios rentados (estructuras en obra negra, bodegas, habitaciones improvisadas), con las siguientes características generalizadas que inciden sobre su salud: habitaciones saturadas; carencia de sanitarios y regaderas suficientes y en buen estado, así como de drenaje y agua corriente; falta de agua entubada y potable; electricidad a través de instalaciones inseguras; falta de iluminación adecuada; así como presencia constante de goteras y humedad (Red Nacional de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas, 2019). Todas estas características, en el corto y mediano plazo, tienen consecuencias importantes para la salud de estas y estos trabajadores.

► En lo que se refiere a los albergues, hasta 2015 había en nuestro país 118 de estos espacios administrados por la Sedesol, a través del PAJA, y 850 de financiamiento mixto (es decir, por las propias personas jornaleras y quienes les emplean). Originalmente, los albergues fueron concebidos como alojamientos temporales para las y los trabajadores estacionales, sus familiares que les alcanzaban en los campos de cultivo y migrantes de paso a Estados Unidos que necesitaban de un empleo temporal. En este sentido, los albergues nunca se pensaron como hogares permanentes para las familias que cada vez son más extensas y complejas en sus características. Aun con esta precariedad, los albergues son para muchas y muchos de ellos la experiencia más cercana a un hogar (Red Nacional de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas, 2019).

Hay que señalar que estas condiciones contrastan con el hecho de que, en 2019, se haya modificado el artículo 283, fracción II, de la Ley Federal del Trabajo, para añadir la obligación de que quien emplea a personas en el campo les proporcione vivienda adecuada, gratuita, higiénica, con agua potable y piso firme. Por supuesto, este reconocimiento formal de la corresponsabilidad por el ejercicio del derecho a la vivienda no ha sido supervisado en su materialización por la autoridad laboral. Ahora bien, con apoyo en este panorama, podemos afirmar que las desigualdades habitacionales no son anecdóticas o resultados laterales del trabajo en el campo; más bien y de manera desafortunada, se trata de una de sus condiciones de posibilidad.

Precariedad laboral y derecho a la vivienda en el campo

La precariedad es una categoría que se ha introducido en los debates sobre la desigualdad en el mundo del trabajo. Esta apunta a la construcción de un nuevo horizonte de sentido —neoliberal, también— que toma como punto de partida la idea de que quienes buscan insertarse en dicho mundo deben aceptar que tendrán más riesgos para su integridad física y emocional y, al mismo tiempo, menos derechos que las generaciones anteriores. Así, la precariedad permite reconocer un vínculo entre la renuncia del Estado a regular la relación entre personas empleadoras y empleadas, la consideración del valor puramente instrumental de la vida de quienes trabajan y la reducción de los derechos laborales en particular, y sociales en general, a servicios de acceso opcional y de acuerdo con el poder adquisitivo de la persona (Hernández y González, 2021). También, la precariedad señala un conjunto de transformaciones en la subjetividad de la y el trabajador: con agotamiento permanente, una exigencia de tener disponibilidad durante las 24 horas del día, ansiedad por el incremento de las malas condiciones laborales o la pérdida súbita del empleo dadas las fluctuaciones del mercado y, además, sin posibilidad de planear el futuro más allá del siguiente día de paga (Fraser, 2022).

Fundamental en la discusión contemporánea sobre la precariedad laboral es la obra del británico Guy Standing (2011). Él ha señalado que quienes experimentan esta condición ya no son una excepción, sino que constituyen una nueva clase social definida por que la flexibilidad laboral ha depositado sobre ellas, ellos y sus familias los riesgos laborales que se traducen en beneficios para quienes les emplean. Así, de acuerdo con Standing, serían siete las condiciones que permiten reconocer la —nuestra— precariedad laboral: completa vulnerabilidad frente a las fluctuaciones del mercado o la política que pueden afectar los ingresos; inseguridad respecto de la conservación del empleo por condiciones ajenas a la propia voluntad y calidad del trabajo; imposibilidad de movilidad social como consecuencia del desarrollo de habilidades laborales cada vez más complejas; despojo de cualquier condición mínima de seguridad social; descuido de los procesos de profesionalización y capacitación que redundarían en mejores oportunidades para las y los empleados; exclusión de los tabuladores de salarios mínimos y programas públicos de protección al empleo; y dificultades para la creación de sindicatos y la defensa colectiva de derechos (Standing, 2011). En este sentido, y aunque existen grados de precariedad, lo que vincula a una o un profesor universitario de asignatura, una trabajadora del hogar y a una persona jornalera agrícola es la incertidumbre, el riesgo y la renuncia obligada a derechos como consecuencia de su inserción en las redes de productividad (Martínez y Hernández, 2023).

Desde la perspectiva de Standing, hay una doble percepción contradictoria de las y los trabajadores precarizados en el imaginario social contemporáneo: de un lado, se les presenta como personas con baja cualificación que realizan trabajos sencillos y sin mayor impacto social y, por el otro, se les reconoce con un carácter heroico porque continúan con su actividad a pesar del contexto de injusticia que experimentan e, incluso, los intentos por desmovilizarlos políticamente (2011). Ambas características pueden reconocerse en el trabajo en el campo, sobre todo aquel en el que participan personas migrantes. No solo persiste la discriminación que invisibiliza e infravalora el trabajo en el campo (Conapred, 2019), sino que también la existencia de intermediarios entre las personas jornaleras y quienes les emplean ha dificultado la existencia, en México, de organizaciones sindicales que les representen y puedan negociar colectivamente, entre otras, mejores condiciones de vivienda (Red Nacional de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas, 2019).

De hecho, de acuerdo con Standing, la precariedad laboral que más se ha incrementado en el mundo no es la que padecen quienes se desplazan de un país pobre a otro rico, sino la de quienes lo hacen de uno pobre a otro similar o quienes migran al interior de un país pobre, como ocurre con las y los jornaleros agrícolas (Standing, 2011). Él señala cinco características de las y los trabajadores migrantes (2011) que, aplicadas al caso mexicano, permitirían reconocer la manera en que la precariedad afecta el ejercicio del derecho a la vivienda de quienes trabajan en el campo:

► La ENJO 2009 les clasifica en tres categorías: personas jornaleras locales, cuyo lugar de nacimiento, vivienda y trabajo se ubica en la misma localidad; personas jornaleras asentadas, que trabajan en una zona diferente de su lugar de origen y a la cual migraron hace por lo menos dos años, por lo que su vivienda se encuentra en el lugar donde laboran; y personas jornaleras migrantes, quienes trabajan en una localidad distinta de la de su hogar y duermen, por lo menos, una noche en su sitio de trabajo. La mayor parte de la población se clasifica en las dos últimas categorías, por lo que es posible inferir que ellas no ejercen su capacidad de decisión sobre el tipo de vivienda que habitan ni sus características (Sedesol, 2011).

► Las distintas versiones del PAJA, que existió entre 1990 y 2018, no consideraron como prioritario el tema de la vivienda. A este respecto resulta paradigmática la versión de 2011, que señalaba las siguientes como las problemáticas más importantes a enfrentar: el desconocimiento de sus derechos laborales; la deficiente inspección de los centros de trabajo por parte de la autoridad laboral; la carencia de servicios e infraestructura en estos centros; las vulneraciones asociadas a la migración; el trabajo infantil; y el acceso a la salud (Sedesol, 2016). Así, la gravedad de las vulnerabilidades relacionadas con la migración y los riesgos laborales han tenido como consecuencia que la carencia e inadecuación de la vivienda no hayan sido consideradas prioritarias para el Estado mexicano.

► De acuerdo con la Sedesol (2011), apenas 44% de las y los jornaleros piensa que su vivienda es armónica con las necesidades de su familia; 18% cuenta en su casa con piso de tierra, cifra que se eleva a 35% si se habla alguna lengua indígena; 50% de esta población no cuenta con drenaje ni servicio sanitario y la proporción se eleva a 80% en quienes hablan lengua indígena; y 67% de ellas y ellos vive en condiciones de hacinamiento. Como se puede inferir, y dada la concentración de hasta 80% de la población nacional en zonas urbanas, hay una tendencia a suponer que las y los trabajadores en general cuentan con facilidades y servicios en casa que, aunque muchas veces resultan insuficientes, dependen de una infraestructura que en el campo es más difícil de encontrar.

► El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), en armonía con el artículo 36 de la Ley General de Desarrollo Social, reconoce nueve carencias para delimitar a las poblaciones más vulnerables en México. A saber, ingreso per cápita, rezago educativo, acceso a la salud, a la seguridad social, a la vivienda digna, a los servicios básicos en esta, a la alimentación, a las carreteras pavimentadas y a la cohesión social. En 2015, el Coneval señaló que 97% de las personas jornaleras presenta al menos una de estas carencias y 56% tiene tres (lo que contrasta con los porcentajes respectivos de 72% y 22% para la población nacional). De forma concreta, 57% de las y los jornaleros no tienen acceso a servicios básicos de vivienda y 29% a vivienda de calidad (Red Nacional de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas, 2019). Entonces, el reto es comprender cómo todas las carencias consideradas por el Coneval se relacionan y refuerzan la precariedad habitacional.

► En 2016, el Inegi dio a conocer algunas características adicionales de las viviendas de las y los trabajadores agrícolas que inciden sobre la dinámica familiar: por ejemplo, que en sus casas viven en promedio cinco personas (la tasa nacional es de 3.7) y que estas se integran de un promedio de 3.4 habitaciones, incluidas las de uso común como cocina y baño (Inegi, 2016). La perspectiva de género ha alertado que, siempre que ocurre el fenómeno de hacinamiento, la violencia intrafamiliar de todo tipo, que tiende a recaer sobre mujeres de todas las edades, constituye una posibilidad (ACNUDH, 2012).

► De acuerdo con el informe Violación de derechos de las y los jornaleros agrícolas, de 2019, ellas y ellos se alojan generalmente en albergues o espacios rentados (estructuras en obra negra, bodegas, habitaciones improvisadas), con las siguientes características generalizadas que inciden sobre su salud: habitaciones saturadas; carencia de sanitarios y regaderas suficientes y en buen estado, así como de drenaje y agua corriente; falta de agua entubada y potable; electricidad a través de instalaciones inseguras; falta de iluminación adecuada; así como presencia constante de goteras y humedad (Red Nacional de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas, 2019). Todas estas características, en el corto y mediano plazo, tienen consecuencias importantes para la salud de estas y estos trabajadores.

► En lo que se refiere a los albergues, hasta 2015 había en nuestro país 118 de estos espacios administrados por la Sedesol, a través del PAJA, y 850 de financiamiento mixto (es decir, por las propias personas jornaleras y quienes les emplean). Originalmente, los albergues fueron concebidos como alojamientos temporales para las y los trabajadores estacionales, sus familiares que les alcanzaban en los campos de cultivo y migrantes de paso a Estados Unidos que necesitaban de un empleo temporal. En este sentido, los albergues nunca se pensaron como hogares permanentes para las familias que cada vez son más extensas y complejas en sus características. Aun con esta precariedad, los albergues son para muchas y muchos de ellos la experiencia más cercana a un hogar (Red Nacional de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas, 2019).

► Son personas indocumentadas, ya sea porque el Estado mexicano no les reconoce por su nacionalidad extranjera o porque no portan documentos de identidad en sus desplazamientos hacia las localidades donde laboran. La precariedad de sus viviendas y albergues no se mide ni se ataca porque se trata de una población invisible. Ellas y ellos no son ciudadanos (citizens) que importan en términos cuanti y cualitativos y, en consecuencia, no pueden exigir sus derechos por vía jurisdiccional o no jurisdiccional cuando estos son violados; más bien, son personas que moran o habitan (denizens) los campos de trabajo sin que se visibilicen sus aportaciones ni sus necesidades. Como señala Standing, estas y estos trabajadores constituyen un auténtico ejército de reserva que opera en la sombra.

► Son migrantes en permanente movilidad. Esto contrasta con la tendencia durante el siglo XX de que las y los trabajadores migrantes se establecieran en un lugar de manera definitiva, aunque sin la opción de volver a casa ocasionalmente sobre todo por su estatus irregular. Las y los jornaleros no cuentan con una habitación propia, sino solo con espacios para pernoctar que otras y otros han construido y acondicionado, sin que tengan la posibilidad o el deseo de adecuarlos a sus necesidades, pues lo más probable es que no los ocuparán por mucho tiempo. Así, sus viviendas no se consideran como espacios de apropiación sino, a lo más, como ámbitos funcionales durante el tránsito hacia el siguiente lugar de trabajo.

► Es una población que expresa la tendencia mundial de feminización de la migración. Cada vez son más las madres solas con sus hijas e hijos quienes se desplazan hacia los campos de cultivo, incluso con la familia ampliada. Se trata de unidades que frecuentemente no se visibilizan dentro de la diversidad familiar y las protecciones asociadas a este fenómeno. Al ser las viviendas inseguras y precarias, las jefas de familia llevan a sus hijas e hijos a trabajar con ellas, lo que les vuelve víctimas de la explotación infantil y de accidentes —que generan discapacidad o son incluso fatales— con maquinaria pesada o sustancias pesticidas. También se ha documentado que, por ejemplo, las manos pequeñas de niñas y niños son muy apreciadas en los campos para manipular cultivos delicados, brotes o flores (Red Nacional de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas, 2019).

► Son personas jóvenes que interrumpen su acceso a la educación. Aquí se observa la interdependencia entre esta y el derecho a la vivienda. Generalmente, quienes laboran en el campo son personas jóvenes con hijas e hijos, quienes deberían poder ingresar a las escuelas cercanas y en modalidades diferenciadas de educación por edad. Esto no ocurre así: al no tener un domicilio propio, ellas tampoco pueden acreditar la residencia que les haga candidatas a los centros escolares; al no contar con un cuarto propio o conectividad a internet, tampoco están en posibilidad de tener condiciones para el estudio o aprovechar los recursos de educación a distancia que benefician a otras poblaciones.

► Son migrantes cuyo destino de trabajo lo deciden quienes les emplean o quienes median con las y los dueños de los campos de cultivo. Si a nivel global ocurre que las multinacionales movilizan a su personal de acuerdo con las necesidades de productividad y sin consultarles, en el caso de las y los jornaleros son las y los cuadrilleros quienes deciden cuál será la próxima localidad de trabajo. Antes de cerrar los acuerdos laborales, quienes median no verifican que haya disponibilidad de vivienda adecuada en el campo de trabajo ni negocian con quienes emplean una paga adicional —como ocurre con las y los trabajadores migrantes formales— para establecerse con dignidad, seguridad y en los términos de las y los trabajadores.

Ante este panorama, ¿qué se puede hacer para garantizar el acceso sencillo, sin discriminación y efectivo al derecho a la vivienda por parte de esta población? Para concluir, señalaré algunas recomendaciones generales al respecto.

Conclusión y recomendaciones generales

Es bien conocida la afirmación de Virginia Woolf acerca de la importancia para las mujeres de contar con un cuarto propio: este es un espacio para la protección de la intimidad, el descanso, la experimentación con la subjetividad, que revela la posibilidad de ser propietaria o propietario y administrar con libertad los bienes y, sobre todo, para el desarrollo de habilidades y capacidades que nos definen como personas más allá de nuestra posición como trabajadoras y trabajadores. Woolf apuntaba que, si William Shakespeare hubiera tenido una hermana con el mismo genio literario, las cargas de trabajo y la carencia de una vivienda propia le habrían impedido desarrollarlo, sujetado bajo los prejuicios de su época y generado una gran frustración y pobreza. ¿Podemos imaginar qué pasaría con una hipotética hermana de Shakespeare viviendo y trabajando en el campo mexicano? ¿Cómo desarrollaría sus talentos y habilidades en albergues mal iluminados y sin agua corriente? ¿Qué haría ella si el hacinamiento de su precaria vivienda la vuelve proclive a experimentar todo tipo de violencias? Por ello, constituye un reto para la imaginación política —una de las facultades que nos permiten poner nuestra mirada más allá de la precariedad que se nos ha convencido es insuperable— avizorar formas de mediar entre los estándares de protección de los derechos humanos y loscontextos reales de desigualdad habitacional.

A continuación, y para finalizar, propongo algunas directrices que podrían favorecer el ejercicio del derecho a la vivienda —el acceso a un cuarto propio, con seguridad y para tomar decisiones autónomas dentro de sus límites—, esperando que puedan contribuir a una discusión que, de forma desafortunada, aún no es parte de la conversación pública mayoritaria:

► Promover la creación y reunión periódica de una mesa interinstitucional de trabajo, convocada por la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STyPS), con la participación de las organizaciones de personas jornaleras, además del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), la Secretaría de Salud, la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación y el Instituto del Fondo Nacional de Vivienda para los Trabajadores (Infonavit), con el propósito de diseñar y operar una estrategia para la garantía de todos sus derechos, incluida la vivienda y el acceso al crédito con este propósito.

► Realizar las modificaciones normativas, operativas y presupuestales necesarias para que la STyPS pueda verificar, de forma efectiva y en campo, la vigencia de los derechos humanos de las y los jornaleros, lo que debe incluir la inspección
de las viviendas y albergues que ocupan, así como la posible vinculación con instancias jurisdiccionales y no jurisdiccionales que puedan conocer de las violaciones a sus derechos.

► Actualizar el diseño y aplicar de manera periódica (anual o bianual) la Encuesta Nacional de Jornaleros Agrícolas, con indicadores específicos sobre el ejercicio del derecho a la vivienda y su relación con otros derechos. Con este sustento, integrar una versión actualizada del Programa de Atención a Jornaleros Agrícolas que incluya el acceso a la vivienda digna, propia, segura y armónica con las necesidades familiares como uno de los temas prioritarios.

► Analizar las posibilidades y dificultades para crear un régimen de seguridad social específico para jornaleras y jornaleros, a partir de cotizaciones anuales y calculadas con base en el salario que se recibe por temporada y que la antigüedad pueda ser considerada a partir de la suma del trabajo con distintas y distintos empleadores. Esto con el objetivo de que ellas puedan acceder a distintos beneficios de seguridad social, entre estos los créditos para vivienda.

► Promover que las y los jornaleros cuenten con un contrato por escrito que elimine el pago por destajo, que se especifique el salario por día, semana o mes trabajado, la duración de la jornada, los beneficios de seguridad social a que haya lugar y la obligación de quien emplea de facilitar una vivienda adecuada o aportar el costo por el arrendamiento de la que ellas y ellos elijan cerca del campo de trabajo.

► Actualizar de manera constante el monto del salario mínimo por esta ocupación, buscando homologarlo con el que perciben las y los trabajadores del ramo en Estados Unidos, por ejemplo (aproximadamente 300 pesos diarios, en contraste con el monto actual de 234 pesos fijado por la Comisión Nacional de Salarios Mínimos para 2023), de tal forma que sea posible cubrir con este ingreso las necesidades básicas, entre otras, de vivienda (Alianza Campo Justo, 2021).

► Establecer una estrategia de coordinación entre los tres niveles de gobierno, empleadores y empleadoras, así como las y los propios jornaleros para que niñas, niños y adolescentes cuenten con espacios habitacionales dignos y seguros, así como acceso a la escuela, para erradicar el trabajo y la explotación infantil.

► Incluir a las personas jornaleras agrícolas en los diagnósticos y acciones de protección civil tendientes a atenuar los riesgos de desastre a que ellas, por la precariedad de sus viviendas, las rutas de migración y las ubicaciones de los campos de trabajo, están expuestas.

Notas

  1. Por ello su denominación popular como ‘braceros’, porque trabajan con los brazos y sin otra herramienta.

  2. Por ejemplo, la Ley Federal del Trabajo, en su artículo 279 Ter, contempla un máximo de 27 semanas.

  3. Es constante en las estadísticas a propósito del trabajo en el campo la integración en el número total de quienes lo ejercen de las familias completas. Esto tiene que ver con varios factores: por ejemplo, que las familias migran en conjunto hacia los centros de trabajo, que niñas y niños pueden verse requeridos de participar eventualmente dada la falta de mano de obra o su especialización y, además, que las instituciones públicas privadas y sociales que atienden algunas de sus necesidades básicas no desagregan a quienes laboran de forma permanente en esta actividad y quienes lo hacen como apoyo. Ello puede inducir a errores para la cuantificación de la población jornalera, pues no todas ni todos los integrantes de la familia migrante trabajan en el campo ni lo hacen con la misma temporalidad e involucramiento. Por ello es asignatura pendiente resolver estaas cuestiones metodológicas en los instrumentos públicos futuros sobre la medición de la magnitud de la población que labora en el campo.

  4. En este sentido, en 2022 el Infonavit creó el Programa de Ahorro para los Trabajadores de la Agroindustria que permite incorporar, entre otros, a las y los jornaleros al acceso a los créditos para vivienda, a partir del reconocimiento de sus aportaciones diferenciadas al IMSS. También, en 2024, se consignó la existencia de un proyecto conjunto, desarrollado por
    el gobierno de la entidad y el propio Infonavit, para construir viviendas para los trabajadores de San Quintín, en Baja California, una localidad con alta presencia de esta población.
    Es importante dar seguimiento a este tipo de proyectos para constituirlos como buenas prácticas a generalizar en todo el país (Península BC, 2024).

Referencias

ACNUDH (2012). La mujer y el derecho a una vivienda adecuada. ACNUDH.

Alianza Campo Justo (2021). Una deuda con quienes nos alimentan. Pie de Página, 25 de enero.

Conapred (2019). Ficha temática. Personas jornaleras agrícolas. Conapred.

Echeverría-González, M. R., Ávila-Méndez, L. A. y Miranda-Madrid, A. (2014).

Espacios de vida y subjetividades en los jornaleros agrícolas: reglamentaciones morales en sociedades agroempresariales contemporáneas. Agricultura, sociedad y desarrollo, núm. 11, pp. 517-537.

El Colegio de la Frontera Norte (2020). Los jornaleros agrícolas migrantes. Poblaciones vulnerables ante Covid-19. El Colegio de la Frontera Norte.
Fraser, N. (2022). Cannibal Capitalism. Verso.

Hernández, M. A. y González, L. (2021). ¿Derechos sociales o servicios? Una aproximación crítica al legado de la Constitución de 1917. En: Cruz, J. A. (coord.). Los derechos sociales en México. Reflexiones sobre la Constitución de 1917. Instituto de Estudios Constitucionales del Estado de Querétaro, pp. 121-154.

Inegi (2016). Estadísticas a propósito del Día del Trabajador Agrícola (15 de mayo). Inegi.

Inegi (2022). Censo Agropecuario 2022. Resultados oportunos. Inegi.

Martínez, O. y Hernández, M. A. (2023). Practicar la teoría y teorizar la práctica: la filosofía política y el abordaje de la precariedad. Logos, año LI, núm. 141, pp. 37-62.

ONU (1991). Observación general número 4 del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales: el derecho a una vivienda adecuada. ONU.

ONU (1997). Observación general número 7 del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales: desalojos forzosos. ONU.

Península BC. (2024). Desarrollan primer proyecto de vivienda rural para 130 trabajadores agrícolas de San Quintín. Península
BC, 18 de febrero.

Sedesol (2011). Pobreza, migración y capacidades básicas en la población jornalera agrícola en México. Resultados de la Encuesta Nacional de Jornaleros Agrícolas 2009. Sedesol.

Sedesol (2016). Nota de actualización de la población potencial y población objetivo del Programa de Atención a Jornaleros. Sedesol.

Standing, G. (2011). The Precariat. The New Dangerous Class. Bloomsbury Academic.

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MARIO ALFREDO HERNÁNDEZ SÁNCHEZ

Doctor en Humanidades, con especialidad en Filosofía Moral y Política, por la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa (UAM-I). Se desempeña como profesor investigador de la Facultad de Filosofía y Letras, así como coordinador del Posgrado Interinstitucional en Derechos Humanos en la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Es integrante del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. A lo largo de su trayectoria ha sido profesor invitado en numerosas universidades y fungió como asesor de la Presidencia del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación y de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México.

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Gorka Zubicaray Díaz

El autor es arquitecto por la Universidad de Sevilla y maestro en Estudios Urbanos por el Colmex. Actualmente es el coordinador de Desarrollo Urbano para el WRI México. Puede ser contactado en el correo electrónico: gorka.zubicaray@wri.org

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Octavio Heredia Hernández

El autor es matemático por la Universidad Autónoma de Aguascalientes con estudios en maestría en estadística oficial por el Centro de Investigación en Matemáticas A.C.(CIMAT).  Es director general Adjunto de Encuestas Sociodemográficas en INEGI.

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Edgar Vielma Orozco

El autor es matemático por la Universidad de Guadalajara (U de G) y maestro en economía por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM). Es director general de Estadísticas Sociodemográficas en el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Puede ser contactado en el correo electrónico: edgar.vielma@inegi.org.mx

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ROMÁN MEYER FALCÓN

Arquitecto egresado del ITESM, con estudios de maestría en Gestión Creativa y Transformación de la Ciudad por la Universidad Politécnica de Cataluña, en Barcelona. A lo largo de su trayectoria ha combinado la docencia con la investigación y el servicio público. Actualmente es el titular de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano y anteriormente fungió como director de Proyectos Estratégicos de la Secretaría de Salud del gobierno de la CDMX, así como asesor técnico para la Secretaría de Finanzas. Cuenta con proyectos de desarrollo urbano y económico con un enfoque de combate a la desigualdad social. Entre dichos proyectos se encuentra el Centro Cultural El Rosario, en la CDMX, el cual busca la integración social a través de actividades culturales y tecnológicas.

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RICARDO LÓPEZ SANTILLÁN

Licenciado en Sociología por la UNAM, maestro y doctor en Sociología por la Université de la Sorbonne Nouvelle-Paris III. Ha impartido cursos de licenciatura, maestría y doctorado. Actualmente es Investigador Titular “B” en el Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales de la UNAM, en Mérida, Yucatán. Sus líneas de investigación son espacio urbano, estructura de clases sociales, cambio sociocultural y etnicidad en la ciudad y su periferia próxima. Cuenta con dos libros de autoría individual y tres como coordinador, además de varios capítulos de libro y artículos en prensa y revistas especializadas.

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Gerardo Gómez del Campo del paso

Abogado egresado de la UNAM y especialista en el régimen jurídico inmobiliario y en el diseño y operación de instrumentos jurídicos en materia de ordenamiento territorial y derecho de propiedad. Es socio y consultor en el despacho Grupo de Consultoría Corporativa, S.C. desde 1995. Ha sido consultor, investigador y profesor en el Programa de Estudios Metropolitanos de la UAM, el Programa Universitario de Estudios sobre la Ciudad de la UNAM, el Colegio Mexiquense, el Colmex, la Ibero y el Banco Mundial.

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Arquitecto y maestro en Urbanismo por la UNAM con especialización en Estudios Urbanos en Holanda, y en Desarrollo Rural Integral en Egipto. Profesor-investigador titular en la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco (UAM), miembro fundador del Programa de Investigación en Estudios Metropolitanos y profesor de la Maestría en Urbanismo en la Facultad de Arquitectura de la UNAM. Ha sido profesor en El Colegio de México (Colmex), en numerosas universidades de varios estados de la república, así como en la Universidad de Buenos Aires y en el Massachussets Institute of Technology. Ha laborado en diversas dependencias del sector público. Coordinó la realización de grandes proyectos como el programa general de Desarrollo Urbano del Distrito Federal y el programa de Ordenación de la Zona Metropolitana del Valle de México, además de ser asesor en la elaboración de la Ley General de Asentamientos Humanos.

Debido a su trayectoria, ha recibido premios como La Gran Orden de Honor Nacional al Mérito Autoral y el Premio Nacional Carlos Lazo. Tiene más de cien publicaciones en medios nacionales e internacionales. Es autor y coautor de varios libros sobre los temas del desarrollo urbano, suelo y vivienda.

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Abogado y doctor en Derecho por la UANL y maestro en Administración Pública por el Instituto Nacional de la Administración Pública en La Sorbonne, París. Ha trabajado como docente en el ITESM, en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública y la Facultad Libre de Derecho de Monterrey, en donde es profesor fundador. Recibió el premio Instituto Nacional por un artículo en coautoría con Felipe Solís Acero. Ha sido columnista en Grupo Reforma desde 1996 y servidor público local, federal y abogado miembro del Notariado de Nuevo León.

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ANTONIO AZUELA DE LA CUEVA

Licenciado en Derecho por la Universidad Iberoamericana (Ibero), maestro en Derecho por la Universidad de Warwick, Inglaterra, y doctor en Sociología por la UNAM. Se ha dedicado a la investigación académica de cuestiones urbanas y ambientales desde la perspectiva de la sociología del derecho. Asimismo, fungió como procurador federal de Protección al Ambiente entre 1994 y 2000. En los últimos años ha explorado, entre otros temas, los conflictos socioambientales y la expropiación. En 2012 promovió la formación de una red de investigadores sobre “Jueces y ciudades en América Latina”, en el contexto de la Asociación Internacional de Sociología, con el objeto de examinar el significado y los efectos del activismo judicial en el medio urbano en la región. Actualmente es vicepresidente de la Federación Iberoamericana de Urbanistas.

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Arquitecta y doctora en Urbanismo por la Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil. Es profesora-investigadora de diversas asignaturas en programas de pregrado y posgrado en el Instituto de Arquitectura, Diseño y Arte, de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, donde además se desempeña como coordinadora del Programa de Diseño Urbano y del Paisaje. Autora del libro Densificación sustentable y habitable: viabilidad urbana, económica y sociocultural; ha publicado diversos artículos en capítulos de libro y revistas científicas.

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Ingeniero civil y doctor en Urbanismo por la UNAM. Actualmente se desempeña como profesor de la Facultad de Ingeniería de la UNAM y consultor independiente en temas de planeación, financiamiento y monitoreo. Ha sido funcionario público en Banobras y en la Conavi. Es miembro del Colegio de Ingenieros Civiles de México.

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JOSÉ RAYMUNDO GALÁN GONZÁLEZ

Licenciado en Economía y maestro en Economía Industrial por la UANL; además de haber cursado un máster y doctorado en Economía Aplicada por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Tiene una especialidad en Evaluación Social de Proyectos por parte del ITESM y Banobras, y en Asociaciones Público-Privadas del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Actualmente realiza un doctorado en Sostenibilidad, en la organización Fondo Verde.

Sus líneas de investigación son: economía urbana, economía del transporte, evaluación de proyectos y economía ambiental. Ha colaborado en más de 50 proyectos e investigaciones aplicadas en los tres órdenes de gobierno, así como en consultoría privada en temas relacionados con el desarrollo urbano, movilidad, evaluación de proyectos de infraestructura vial, salud, dotación de agua potable, gasoductos, protección a centros de población, entre otros.

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ALEJANDRO CEPEDA GARCÍA

Licenciado en Economía por la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). Fue miembro voluntario del Service Civil International realizando actividades en Sipplingen, Alemania. Cuenta con un diploma en Derechos Humanos por la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Nuevo León, en su Capítulo con el ITESM. A la fecha ocupa la dirección de Equipos en TECHO Nuevo León.

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EMILIA GARCÍA-ARTEAGA MOLINAR

Es licenciada en Administración y Finanzas por la Universidad Panamericana, donde fue parte del Consejo Estudiantil de la facultad y colideró la adhesión de la institución a la Red Universitaria de Prevención y Atención a Desastres. Cuenta con estudios sobre Negociación por la London School of Economics y Emprendimiento Internacional por Hogeschool Utrecht (Países Bajos). Actualmente es maestrante en Innovación Social por Learning by Helping y profesora de Financial Analytics en Collective Academy. Antes de dirigir el capítulo mexicano de TECHO se desempeñó como su coordinadora de fomento productivo, directora nacional de finanzas y directora comercial. Asimismo, ha desempeñado varios roles de voluntariado desde 2009 y participa en redes nacionales e internacionales dentro de la sociedad civil.

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CAROLINA VILLARREAL LEOS

Arquitecta por la UANL, con estudios en la Universidad de Málaga, en España. Forma parte del colectivo ciudadano La Banqueta Se Respeta y es coordinadora de Diseño y Análisis Urbano de la iniciativa DistritoTec. Se ha desempeñado principalmente en el desarrollo de proyectos de intervención en el espacio público, con un amplio enfoque en paisaje y accesibilidad.

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SHEILA FERNIZA QUIROZ

Arquitecta por el ITESM con estudios en Barcelona. Actualmente cursa la Maestría en Asuntos Urbanos en la UANL, investigando temas de vivienda, planeación urbana, movilidad y género. Desde el 2013 trabaja en proyectos urbanos de movilidad y espacio público dentro de la iniciativa de regeneración urbana DistritoTec.

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IBAN TRAPAGA IGLESIAS

Maestro en Antropología Social por el CIESAS, D.E.A. en Migraciones y Conflictos por la Universidad de Deusto y doctor en Ciencias Antropológicas por la UAM. Actualmente se desempeña como profesor asociado del Departamento de Antropología de la UAM y cursa un doctorado en Historia. Cuenta con varias publicaciones en revistas de prestigio internacional sobre ciudad, migraciones internacionales, fronteras y violencias.

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DIEGO CASTAÑEDA GARZA

Economista por la University of London y maestro en Ciencias en Historia Económica por la Universidad de Lund. Actualmente es el director del clúster de economía, finanzas y desarrollo internacional en Agenda for International Development, así como profesor de Economía y Desarrollo Sustentable en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM). Sus intereses de investigación incluyen el crecimiento económico de largo plazo, la evolución de la desigualdad y la historia de las transiciones energéticas. Es autor del libro de reciente publicación: Pandenomics: una introducción a la historia económica de las grandes pandemias (Malpaís/UNAM).

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JOSÉ ALFONSO IRACHETA CARROLL

Arquitecto egresado del ITESM, con estudios de maestría en Gestión Creativa y Transformación de la Ciudad por la Universidad Politécnica de Cataluña, en Barcelona. A lo largo de su trayectoria ha combinado la docencia con la investigación y el servicio público. Actualmente es el titular de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano y anteriormente fungió como director de Proyectos Estratégicos de la Secretaría de Salud del gobierno de la CDMX, así como asesor técnico para la Secretaría de Finanzas. Cuenta con proyectos de desarrollo urbano y económico con un enfoque de combate a la desigualdad social. Entre dichos proyectos se encuentra el Centro Cultural El Rosario, en la CDMX, el cual busca la integración social a través de actividades culturales y tecnológicas.

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CARLOS OCHOA FERNÁNDEZ

Arquitecto por la Universidad de Guadalajara, con experiencia profesional de 35 años en áreas de planeación urbana y regional, suelo urbano y vivienda. Ha dirigido, durante 20 años, el proyecto “El Porvenir”, el cual ha permitido el acceso a suelo urbano en condiciones de legalidad a casi 9 000 familias de bajos ingresos y ha recibido diversos reconocimientos, tanto nacionales como internacionales, entre los que se cuenta el Good Practice, Concurso de Buenas Prácticas para la Mejora de las Condiciones de Vida (ONU) 2004.

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ANAVEL MONTERRUBIO REDONDA

Doctora en Sociología y Maestra en Planeación y Políticas Metropolitanas por la UAM-Azcapotzalco. Posdoctorante por el National Centre of Competence in Research North-South (nccr-ns) Suiza EPFL. Es profesora-investigadora C, de tiempo completo en la UAM-Azcapotzalco. Fue subdirectora general de Análisis de Vivienda Prospectiva y Sustentabilidad de la Comisión Nacional de Vivienda (Conavi) de 2018 a 2021. Es investigadora en el Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados y directora de Planeación Estratégica del Instituto de Vivienda de la CDMX. Sus áreas de investigación son: producción del hábitat urbano, política habitacional nacional y de la CDMX, renovación urbana, conflicto urbano, planeación urbana y planeación participativa.

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GUILLERMO GÁNDARA FIERRO

Doctor en Economía y máster en Economía Regional y Urbana por la UAB, y en Economía Aplicada, Administración e Ingeniería Industrial por el ITESM. Sus áreas de especialidad son la prospectiva ambiental y urbana, la educación para la sostenibilidad y la economía ambiental. Ha dirigido el máster en Prospectiva Estratégica en el ITESM, donde trabajó como profesor e investigador en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública. Actualmente es profesor titular en el departamento de Relaciones Internacionales del ITESM. Es miembro del Millenium Project y de la Red Iberoamericana de Prospectiva.

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MIGUEL CASTILLO CRUZ

Ingeniero civil y maestro en Mecánica de Suelos por el Instituto Politécnico Nacional (IPN). Es especialista en el análisis y diseño geotécnico de cimentaciones y pavimentos. Cuenta con una trayectoria profesional de más de 30 años, alternando la práctica profesional con la academia, la investigación, el servicio público y la práctica privada. Actualmente es profesor de las Academias de Geotecnia y Vías Terrestres, así como vocal de la Sociedad Mexicana de Ingeniería Geotécnica 2021-2022. Ha ocupado cargos públicos como subdirector de Planeación y Control en el Ayuntamiento de Naucalpan, Estado de México, entre otros.

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ENRIQUE GUEVARA ORTI

Ingeniero mecánico electricista por la Facultad de Ingeniería de la UNAM, con estudios de especialización en México y el extranjero en Protección Civil, Sistemas de Alerta Temprana y Gestión Integral de Riesgos de Desastre. Inició su trayectoria en el Instituto de Ingeniería en la Coordinación de Instrumentación Sísmica. Fue coordinador operativo del Servicio Sismológico Nacional y en el Cenapred ocupó diferentes cargos desde su incorporación en 1989, donde actualmente es el director general. Ha sido asesor y consultor de la Secretaría de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil de la Ciudad de México (CDMX), de la LXII Comisión de Protección Civil de la Cámara de Diputados federal, de la Estrategia Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres de las Naciones Unidas y de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe.

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FLORES CORONA

Geógrafa egresada de la UNAM con maestría en Sociedades Sustentables por la UAM. Tiene un diplomado en Gestión, Ingeniería y Ciencias para la Resiliencia de los Desastres. Es técnica básica en Gestión Integral del Riesgo por la Escuela Nacional de Protección Civil y se desempeña como investigadora en Geotecnia y Cimentación, de la Dirección de Investigación del Cenapred.

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LEONARDO E. FLORES CORONA

Ingeniero civil y maestro en Ingeniería con especialidad en Estructuras por la Facultad de Ingeniería de la UNAM. Coordina el Grupo de Trabajo redactor de las Normas Mexicanas sobre mampostería en el Organismo Nacional de Normalización y Certificación de la Construcción y Edificación, y es secretario en la Sociedad Mexicana de Ingeniería Sísmica. Se desempeña como jefe de departamento de Ingeniería Sísmica y Mecánica estructural de la Dirección de Investigación del Cenapred.

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MICHELLE MUNIVE GARCÍA

Geógrafa egresada de la UNAM con maestría en Sociedades Sustentables por la UAM. Tiene un diplomado en Gestión, Ingeniería y Ciencias para la Resiliencia de los Desastres. Es técnica básica en Gestión Integral del Riesgo por la Escuela Nacional de Protección Civil y se desempeña como investigadora en Geotecnia y Cimentación, de la Dirección de Investigación del Cenapred.

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ANTULIO ZARAGOZA ÁLVAREZ

Geógrafo por la UNAM. Cuenta con diplomados en Gestión, Ingeniería y Ciencias para la Resiliencia en los Desastres. Labora como jefe de Departamento de Análisis de Fenómenos Geotécnicos, de la Dirección de Investigación del Cenapred.

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JOEL ARAGÓN CÁRDENAS

Maestro en Ingeniería con especialidad en Estructuras por la Facultad de Ingeniería de la Universidad Autónoma de México (UNAM). Formó parte de la Subdirección de Riesgos Estructurales en el Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred), donde actualmente es subdirector de Vulnerabilidad Estructural de la Dirección de Investigación del Cenapred.

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LEOBARDO DOMÍNGUEZ MORALES

Ingeniero civil por Benemérita Universidad Autónoma de Puebla con Maestría en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Ingeniería de la UNAM, donde fue profesor investigador. Ha participado en proyectos sobre instrumentación geotécnica, sísmica y puvial en diversas partes del mundo y ha colaborado en misiones de apoyo técnico en América Latina y Asia. Es miembro fundador del Comité de la Estrategia Mexicana para la Mitigación de Riesgos por Inestabilidad de Laderas.

Actualmente es el subdirector de Dinámica de Suelos y Procesos Gravitacionales, de la Dirección de Investigación del Cenapred.

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YOLANDA FERNÁNDEZ MARTÍNEZ

Doctora en Arquitectura por la Universidad de Guanajuato, así como licenciada y maestra en Arquitectura por la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY). A lo largo de su trayectoria se ha desempeñado tanto en el sector privado, el público, como en la docencia, trabajando como profesora e investigadora en la Facultad de Arquitectura de la UADY, y desde el año 2000 en el área de diseño y desarrollo urbano y vivienda. Actualmente es coordinadora de la Maestría en Arquitectura de la FAUADY. Sus áreas de investigación son la expansión urbana, así como los instrumentos normativos.

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MAIRA GABRIELA JURADO GUTIÉRREZ

Maestra en Derechos Humanos por la Universidad Iberoamericana con estudios en Cooperación Internacional para el Desarrollo, y Licenciada en Relaciones Internacionales, también por la Universidad Iberoamericana. Actualmente se desempeña como directora de Operación y Seguimiento a Programas en la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial Urbano (Sedatu).

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CARINA ARVIZU MACHADO

Maestra en Diseño de Ciudad y Ciencias Sociales por la London School of Economic and Political Sciences y arquitecta por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. Actualmente se desempeña como directora de Desarrollo Urbano del Tren Maya en el Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur) y fue subsecretaria de Desarrollo Urbano y Vivienda en la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial Urbano (Sedatu).

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MALINALLI HERNÁNDEZ-REYES

Estudiante del Doctorado en Estudios Humanísticos del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. Su investigación se centra en los efectos de las tareas reproductivas en la labor productiva de la mujer en la Zona Metropolitana de Monterrey (ZMM). Es maestra en Ingeniería y Administración de la Construcción por la misma institución y por la Universidad Veracruzana. Realizó una estancia académica en el Grupo de Investigación en Geografía y Género del Departamento de Geografía en la Universidad Autónoma de Barcelona para la revisión metodológica de su investigación doctoral.

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ALEJANDRA PALACIOS M.

Arquitecta por el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey. Se desempeña como especialista de Apoyo en Sistemas de Información Geográfica para las Áreas de Vivienda y Urbanismo del Centro Cemex-Tec de Monterrey.

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JOAQUÍN R. GARCÍA V.

Arquitecto por el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey. Se desempeña como especialista de Apoyo para el Área de Vivienda del Centro Cemex-Tec de Monterrey.

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CARMEN ARMENTA MENCHACA

Arquitecta por el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey. Es especialista en Diseño Urbano y Desarrollo Inmobiliario. Ha desarrollado una trayectoria profesional híbrida, alternando su trabajo entre la academia, la investigación tanto científica como aplicada, y la práctica privada de la profesión. Su principal línea de investigación es la vivienda, privilegiando la investigación aplicada para el desarrollo de metodologías y programas, dirigidos a dar solución a la problemática de vivienda en los sectores de población históricamente más vulnerables y vulnerados. Desde el 2014 es líder del Área de Vivienda del Centro Cemex-Tec de Monterrey.

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ELENA V. V. SOLÍS PÉREZ

Licenciada en Psicología por la Universidad Autónoma Nacional de México (UNAM) y especialista en producción social de vivienda de bajos ingresos. Cuenta con una trayectoria de más de 45 años en la administración pública, la academia y la iniciativa privada. Ha colaborado en organismos de vivienda y de regularización de la tenencia de la tierra en el ámbito federal y de la Ciudad de México. Ha realizado investigaciones en materia de vivienda y política habitacional para el Banco Mundial, Hábitat para la Humanidad América Latina y el Caribe y el Centro Cooperativo Sueco. Colaboró con la Comisión de Vivienda para las reformas a la Ley de Vivienda 2006. De 2007 a la fecha dirige el Centro de Apoyo Mejoremos, una organización distinguida con el Premio Nacional de Vivienda 2014, en la categoría de Producción Social de Vivienda Urbana.

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PEDRO PACHECO SOLANO Y ALICIA SOFÍA LANDÍN QUIRÓS

Estudiantes de noveno semestre de Ingeniería en Desarrollo Sustentable del Tecnológico de Monterrey. Desde enero de 2018 han sido asistentes de investigación en el Laboratorio de Sistemas de Información Georreferenciada del ITESM participando en la elaboración de atlas de riesgo y planes de desarrollo urbano.

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SEBASTIÁN FAJARDO TURNER

Estudiante de décimo semestre de la carrera de Arquitectura del Tecnológico de Monterrey. Desde enero de 2020 se desempeña como asistente de investigación en el Laboratorio de Sistemas de Información Georreferenciada del ITESM, donde ha participado en la elaboración de planes municipales de desarrollo y un estudio sobre la expansión urbana de Monterrey.

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DIEGO FABIÁN LOZANO GARCÍA

Biólogo egresado de la Facultad de Ciencias de la UNAM. Cuenta con una Maestría en Ciencias y un Doctorado del Departamento Forestal en el área de Análisis Geoespacial, por la Universidad de Purdue, Indiana, en Estados Unidos. Es director y fundador del Laboratorio de Sistemas de Información Georreferenciada del ITESM, campus Monterrey. También es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Tiene una amplia experiencia en el uso de herramientas de percepción remota para análisis de riesgos, calidad ambiental y desarrollo urbano.

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ROBERTO PONCE LÓPEZ

Doctorado en Estudios Urbanos y Planeación por el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), en Estados Unidos, y una Maestría en Política Pública por la Universidad Carnegie Mellon (CMU), en Estados Unidos. Actualmente es profesor-investigador de la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey. Su investigación es sobre la modelación urbana y el diseño de políticas públicas de transporte y uso de suelo.

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PALOMA SILVA DE ANZORENA

Experta en el diseño de políticas públicas, subsidio y financiamiento a mercados de vivienda y desarrollo urbano sustentable en Latinoamérica y el Caribe. Actualmente labora en el Banco Interamericano de Desarrollo en Washington. A lo largo de su trayectoria profesional se ha desempeñado como ministra de Vivienda en México y directora general adjunta de Sociedad Hipotecaria Federal. Es socia fundadora de IXE Banco y AFORE XX, así como miembro del consejo de administración de diversas instituciones públicas. También se desempeña como catedrática con más de 20 años de experiencia, impartiendo clases a nivel licenciatura y maestría.

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NORMA GABRIELA LÓPEZ CASTAÑEDA

Es abogada por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y Maestra en Derecho Fiscal por la Universidad Panamericana (UP). Desde diciembre de 2018 tiene a su cargo la Dirección de Incorporación y Recaudación del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). A lo largo de su trayectoria ha ocupado diversos cargos en otras instituciones públicas, como el Servicio de Administración y Enajenación de Bienes (SAE) y la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP). Asimismo, ha laborado en la industria privada y la academia.

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IRENE ESPINOSA CANTELLANO

Economista y funcionaria pública. Desde enero de 2018 ocupa el cargo de subgobernadora del Banco de México, convirtiéndose en la primera mujer dentro de la Junta de Gobierno que se estableció con la autonomía en 1994, y la primera en ocupar un rol cupular en el banco central mexicano desde su creación en 1925. Cuenta con una trayectoria de más de 25 años de experiencia en el sector financiero y académico. Se ha destacado profesionalmente tanto en la administración pública como en organismos financieros internacionales.

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JOANA CECILIA CHAPA CANTÚ

Doctora en Economía con especialidad en Teoría Económica y Aplicaciones, titulada con honores, por la Universitat de Barcelona (UB). Desde 2003 es profesora de tiempo completo de la Facultad de Economía de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), y desde 2016 es directora de su Centro de Investigaciones Económicas. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel II, así como miembro fundador y activo de asociaciones vinculadas al análisis sectorial y de finanzas públicas. Del 2007 a la fecha cuenta con alrededor de 50 publicaciones. Sus principales áreas de interés son los modelos multisectoriales, el crecimiento económico y las finanzas públicas.

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MARÍA EUGENIA HURTADO AZPEITIA

Doctora en Arquitectura y profesora en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) desde 1982. Es jefa del taller de proyectos del grupo de apoyo técnico solidario Espacio Máximo y Costo Mínimo, A.C. desde 1983. Junto con su asociado, Carlos González y Lobo, sus trabajos y proyectos han sido distinguidos con diversos premios, entre los que destacan el premio Vassilis Sgoutas 2011, otorgado por la Unión Internacional de Arquitectos UIA en Tokio, y el premio honorífico Magdalena de Plata, 2013, concedido por la Federación de Arquitectura Social – FAS. Ha impartido cursos y dictado talleres en organizaciones civiles de Chile, Cuba, España, México, República Dominicana y Marruecos. Es miembro de la Asociación Mexicana de Arquitectas y Urbanistas (AMAU) y formó parte de la red XIV-E: Vivienda Rural del CYTED-HABYTED de Cooperación Iberoamericana.