Este artículo expone los resultados de un análisis comparativo que incluye datos espaciales de la Zona Metropolitana de Monterrey (ZMM), México. El objetivo es conocer si rasgos demográficos como estado conyugal, número de hijos o edad del hijo más pequeño guardan nexos con la situación geográfica, respecto de la vivienda, del trabajo remunerado femenino. El cotejo de longitudes y concentraciones de mujeres entre viajes vivienda-trabajo productivo permitió elaborar algunas conclusiones: las mujeres de la ZMM con menores oportunidades de alejarse de su vivienda por motivos laborales son aquellas que viven en pareja, aquellas con más de un hijo, y aquellas con por lo menos un hijo pequeño. Esto es, mujeres propensas a experimentar una segregación espacial urbana a razón de su actividad económica. Para la mujer, dichas condiciones implican cargas considerables de trabajo reproductivo y, conforme la carga aumenta, la distancia vivienda-trabajo productivo tiende a disminuir.
La discriminación de la mujer en el ámbito económico, debido a su atadura a la actividad doméstica y de cuidado, es afianzada, entre otras cosas, por su exclusión en el diseño y construcción del espacio urbano, reproductor de la división sexual del trabajo mediante la separación física de zonas residenciales y centros de trabajo (Darke, 1998).
La vasta extensión urbana que hoy conocemos como metrópoli es consecuencia de la migración masiva del campo a la ciudad impulsada por la Revolución industrial durante el siglo XIX. A partir de este movimiento poblacional, las ciudades crecieron desordenada y caóticamente, sin considerar las necesidades básicas de habitabilidad relacionadas con la dignidad humana, como la higiene (García, 2016).
Con la finalidad de poner orden al crecimiento descontrolado, a principios del siglo XX surgió el urbanismo, disciplina fundamentada en el pensamiento iluminista, positivista y racionalista de la época. La naturaleza de su interés de estudio era francamente ordenadora, al tiempo que colaborativa con el capitalismo monopolista, su patrocinador. Su estrategia principal fue la zonificación funcional, que diferenció el uso del suelo urbano en residencial, industrial, comercial/de esparcimiento y de comunicación, basado en los requerimientos primordiales de habitar, trabajar, descansar y circular (Mumford, 1961; Lefebvre, 1978; Lezama, 2014; García, 2016).
Asimismo, la división del espacio urbano propuesta por el incipiente urbanismo ha afectado de forma desigual a varones y mujeres. Esto se debe a la concepción patriarcal que argumenta que los atributos naturales del hombre son brindar protección y ser la fuente del ingreso económico familiar (es decir, las actividades de producción), mientras que a la mujer se le atribuyen los papeles de madre, cuidadora y esposa (es decir, actividades de reproducción). Dicha división de género es fundamental a la hora de ubicar a las mujeres en el ámbito doméstico, excluyéndolas de la esfera pública (Moser, 1989; McDowell, 2000; Beauvoir, 2005; Valcárcel, 2009).
La combinación entre las nociones patriarcales y la demarcación física de las zonas laborales y residenciales de la ciudad reconfiguró la ya instalada separación espacial entre varones y mujeres, en donde las tareas productivas y reproductivas son llevadas a cabo en espacios diferentes, distantes y poco relacionados entre sí (Jacobs, 1961; Saborido, 1999; Connell, 2005; Mercadé, 2007).
La baja relación entre las zonas urbanas, aquí llamada división funcional de la ciudad, conduce a las personas a hacer uso del espacio urbano de manera diferente, ya que las enfrenta, en mayor o menor grado, a la fricción de la distancia y al principio del retorno, cuyo nivel de influencia depende de aspectos como la edad, la clase social, la actividad primaria, el género, etcétera (Ellegard y Vilhelmson, 2004; Næss, 2006).
La fricción de la distancia y el principio del retorno se basan en la limitación espacial que los individuos experimentan en su radio de acción a nivel urbano en la realización de sus actividades cotidianas, cuyas ubicaciones componen un patrón de desplazamiento particular (Ellegard y Vilhelmson, 2004). Tales conceptos condicionan a dicho patrón, ya que lo atan a ciertos focos geográficos, de entre los que destaca la vivienda como “centro de operaciones” al que siempre se habrá de regresar. Así, entre más nos alejemos de la vivienda, más distancia tendremos que recorrer al regresar a ella (Ellegard y Vilhelmson, 2004; Næss y Jensen, 2004; Næss, 2006).
Debido a que las responsabilidades domésticas y de cuidado de la mujer se vinculan fuertemente al espacio físico del hogar, se ha reconocido que la fricción de distancia y el principio del retorno impactan en mayor medida al género femenino; esta última cuestión afecta, entre otras cosas, a la ubicación de su trabajo retribuido (Madden, 1981; Hanson y Pratt, 1991, 1995; Ellegard y Vilhelmson, 2004; Næss, 2006).
Ante lo expuesto, es factible relacionar información geográfica respecto del uso femenino del espacio urbano por razones laborales, con datos como el estado conyugal o la maternidad (Monk y Hanson, 1989; Hanson y Pratt, 1995; Salazar, 1999).
Esta investigación busca particularmente conocer si los rasgos demográficos de estado conyugal, número de hijos, y edad del hijo más pequeño 1 guardan algún nexo con la situación geográfica del trabajo remunerado femenino. El interés particular es determinar si existen diferencias de longitud y concentración de mujeres 2 entre los trayectos femeninos vivienda-trabajo productivo (viv-TP), a partir de cada una de las variables referidas.
El contexto de estudio
La Zona Metropolitana de Monterrey (ZMM) se localiza en el estado fronterizo de Nuevo León, al noreste de México. En 2010, la ZMM estaba conformada por 13 municipios: Apodaca, Cadereyta Jiménez, Carmen, García, San Pedro Garza García, General Escobedo, Guadalupe, Juárez, Monterrey, Salinas Victoria, San Nicolás de los Garza, Santa Catarina y Santiago (Figura 1). En ese mismo año, su población ascendía a los 4,106,054 habitantes y contaba con un área de 6,794 km2 y una densidad media urbana (DMU) de 109.1 habitantes/hectárea (Sedesol, Conapo e Inegi, 2012).
Su posición geográfica le ha permitido interactuar intensamente con el sur del estado de Texas, en Estados Unidos, así como con los estados mexicanos de Coahuila y Tamaulipas. Esta fuerte relación ha estimulado un gran desarrollo comercial e industrial en la región (Cavazos, 1994), lo que a su vez ha impulsado el crecimiento urbano acelerado que la transformó en la extensa zona metropolitana de la actualidad (Contreras, 2007; Garza, 2010; Aparicio, Ortega y Sandoval, 2011).
Aspectos metodológicos
Es un hecho reconocido que la participación de las mujeres en el frente laboral está limitada por variables demográficas como la situación conyugal o el número de hijos (Castro, 2004; Inegi, 2010b; Páez, 2017; OIT, 2018); a partir de ello, lo que este trabajo busca develar es si, una vez establecido el vínculo laboral, las mujeres siguen experimentando restricciones por los mismos rasgos demográficos, aunque ahora de índole geográfica. Es por esto que, a nivel metodológico, la inclusión del dato espacial, representado por la distancia vivienda-trabajo productivo (viv-TP), es esencial para esta investigación.
De modo más específico, se tiene como propósito conocer si existen discordancias de longitud y concentración relativa de mujeres entre los trayectos femeninos viv-TP, desde cada una de las condiciones de las variables demográficas establecidas. Dichas variables y sus condiciones constituyen, junto con otras, lo que se conoce como trabajo reproductivo (Fagnani y Chauviré, 1989; Hanson y Pratt, 1995; Salazar, 1999). Éstas son: 3
- Estado conyugal, en pareja/sin pareja.
- Número de hijos, un hijo/dos hijos/tres o más hijos.
- Edad del hijo más pequeño, 0-9 años/10-17 años/18 años y más.
Para tal fin, se conduce un estudio de datos numéricos y espaciales, el cual se detalla a la par de los resultados obtenidos, en la siguiente sección.
La fuente de información es la muestra censal del Censo de Población y Vivienda 2010 (Inegi, 2010a) a escala municipal, realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), por ser la más completa y reciente a la fecha de la elaboración del estudio.
El sujeto de estudio fue la mujer ocupada, es decir, que se encuentra en el desempeño de un trabajo remunerado, residente de uno de los 13 municipios que en 2010 integraban la ZMM, resultando en un universo de 22,408 sujetos.
Resultados
Trayectos vivienda-trabajo por variable demográfica
La siguiente colección de figuras contiene los mapas de los trayectos femeninos viv-TP con concentraciones relativas de mujeres de 10 % y más, calculadas a nivel municipal, a partir del total de los identificados en la ZMM, 4 según las variables demográficas comentadas.
Los trayectos fueron trazados desde el centroide o centro geométrico del área que comprende la mancha urbana de cada demarcación municipal (la superficie sombreada de los mapas).
A cada subconjunto de mapas lo precede una tabla que contiene los porcentajes de las mujeres que viven y trabajan de forma remunerada en el mismo municipio, ya que este colectivo no presenta trayectos viv-TP al nivel de desagregación municipal de la información consultada.
Estado conyugal
Los datos de la Tabla 1 muestran que, para la mujer, el hecho de vivir en pareja o sin pareja impacta en la cercanía o lejanía de su trabajo remunerado con respecto a su vivienda. En la mayoría de los municipios —y en términos relativos—, el número de mujeres ocupadas que viven en pareja y que laboran de modo remunerado en el mismo municipio donde residen es mayor en comparación con el de las mujeres que viven sin pareja.
Lo dicho se advierte al promediar las cifras de cada columna de la Tabla 1: de las mujeres ocupadas y en pareja, 63.41 % vive y labora en su municipio de residencia; mientras que de las ocupadas y sin pareja 59.43 % hace lo propio. Esto supone una movilidad un poco más flexible para quien vive sin una pareja, lo que admite pensar que quizá la “decisión” de las mujeres de no salir del municipio en el que viven por razones laborales (es decir, de trabajar más cerca de su vivienda) se deba a su circunstancia conyugal de vivir en pareja.
La Figura 2 presenta el mismo escenario: si bien las distancias de los trayectos viv-TP son las mismas para ambas condiciones (en pareja, sin pareja), sus niveles de concentración son mayores para quienes viven sin pareja. Los trayectos viv-TP de quienes viven en pareja promedian 20.07 %, frente a 22.38 % de quienes lo hacen sin pareja.
Es factible decir, entonces, con base en el par de resultados comentados, que las mujeres sin pareja se “aventuran” a trabajar de manera remunerada más lejos de su vivienda que las que viven en pareja.
Número de hijos
La Tabla 2 evidencia que, conforme el número de hijos aumenta, más mujeres tienden a trabajar dentro del mismo municipio en el que residen; es decir, más cerca de su vivienda.
En tanto, en la Figura 3 se denota un uso diferenciado del espacio urbano a medida que crece el número de hijos de las mujeres ocupadas.
En primera instancia, el trayecto viv-TP de mayor longitud de estos tres mapas, Santiago-Monterrey, no existe entre quienes tienen dos y tres hijos. En segunda, trayectos importantes como Juárez-Guadalupe, Guadalupe-Monterrey, García-Monterrey o García-Santa Catarina, ven disminuida la afluencia femenina a razón del aumento en el número de hijos. Por último, se puede observar que los promedios de los porcentajes de cada uno de los tres mapas en cuestión bajan si la cantidad de hijos sube: 23.10 % para las que tienen un hijo; 22.90 % para quienes tienen dos hijos; y 17.96 % para aquellas con tres hijos o más.
Edad del hijo más pequeño
De la Tabla 3 y la Figura 4 se deduce que el promedio de las mujeres con hijos en edades tempranas, de 0 a 9 años, es el que ostenta el menor y el mayor porcentaje entre las que viven y laboran en el mismo municipio (el menor de los valores si se promedian los datos de cada columna de la Tabla 3: 0-9 años de edad, 62.80 %; 10-17 años de edad, 64.04 %; 18 años y más, 67.39 %) y entre las que lo hacen en municipios distintos (el mayor de los valores si se promedian las concentraciones de cada uno de los mapas de la Figura 4: 0-9 años de edad, 20.94 %; 10-17 años de edad, 18.98 %; 18 años y más, 19.30 %), respectivamente. Tal observación podría indicar que este grupo es el que tiene más posibilidad de alejarse de su vivienda por cuestiones laborales.
No obstante, la información geográfica de la Figura 4 claramente manifiesta que las longitudes viv-TP crecen al tiempo que las edades de los hijos menores aumentan, lo que otorga gran valor al dato espacial, pues permite reflexiones distintas y más completas a las obtenidas en un nivel meramente numérico.
Ambos resultados en conjunto pueden insinuar que la alta demanda económica que representan los hijos pequeños es la que empuja a la mujer a alejarse de su vivienda a cambio de mejores condiciones laborales, pero bajo las limitaciones espaciales que implica el cuidado de individuos en edades tempranas. Tales limitaciones tenderían a desaparecer al crecer los hijos y valerse por sí mismos, lo que daría a la mujer mayor libertad en el uso del espacio urbano por motivos laborales.
Fuente: Elaboración propia a partir de los datos de la muestra censal (Inegi, 2010a).
Tabla 2. Porcentajes de mujeres ocupadas en su municipio de residencia según su número de hijos, por municipio
Fuente: Elaboración propia a partir de los datos de la muestra censal (Inegi, 2010a).
Tabla 3. Porcentajes de mujeres ocupadas en su municipio de residencia según la edad de su hijo más pequeño, por municipio
Fuente: Elaboración propia a partir de los datos de la muestra censal (Inegi, 2010a).
Figura 4. Trayectos vivienda-trabajo productivo (viv-TP) de mujeres ocupadas según edad del hijo más pequeño, escala metropolitana
Fuente: Elaboración propia a partir de los datos de la muestra censal (Inegi, 2010a).
Las mujeres de la ZMM con menores oportunidades de alejarse de su vivienda por motivos laborales son aquellas que viven en pareja, aquellas con más de un hijo, y aquellas con por lo menos un hijo entre los 0 y los 9 años de edad
Conclusiones
A partir de ellos, es válido sugerir que las mujeres de la ZMM con menores oportunidades de alejarse de su vivienda por motivos laborales son aquellas que viven en pareja, aquellas con más de un hijo, y aquellas con por lo menos un hijo entre los 0 y los 9 años de edad. Es decir, estas mujeres son quienes mayor propensión presentan a padecer una segregación espacial de escala urbana a razón de su actividad económica.
De ello se deduce que, para la mujer, vivir en pareja, la presencia y el número de hijos y, más aún, de hijos pequeños, es igual a carga de trabajo reproductivo.
Dicho de otro modo: para la mujer, vivir en pareja (de sexo masculino en la mayoría de los casos) conlleva más trabajo reproductivo que vivir sin pareja; tener dos hijos o más equivale a más trabajo reproductivo que tener un hijo; tener hijos pequeños constituye un mayor trabajo reproductivo que tener hijos en edades superiores. Por tanto, a mayor carga de trabajo reproductivo, menor es la distancia entre la vivienda y el lugar del trabajo productivo de las mujeres de la ZMM.
Ahora bien, si se considera que la ZMM, como muchas de las metrópolis industrializadas de la actualidad, ha crecido bajo el esquema de separación de funciones urbanas, cabe preguntarse acerca de cuál es el tipo de trabajo remunerado “disponible” para la mujer. Esto es, ¿es distinto el giro económico que se observa en las cercanías de las zonas habitacionales al propio de las zonas laborales de índole industrial y financiera? ¿Es distinto el ingreso monetario entre trabajos de una y otra de las zonas mencionadas? ¿Cuál es la clase de trabajo remunerado y el nivel de ingresos a los que la mujer con carga de trabajo reproductivo puede aspirar?
Estas interrogantes cobran importancia al reflexionar que el trabajo reproductivo se identifica con el “ser mujer”, tanto en territorio nacional como en el resto de los llamados países de Occidente (Pérez, 2014). Dado que el indicador para la realización de esta investigación es precisamente la actividad reproductiva, se estima que de extrapolar este estudio a alguna de las geografías aludidas se llegaría a resultados similares a los aquí expuestos, por lo que, probablemente, es un fenómeno de gran extensión.
En relación con ello, cabe cuestionarse: ¿está el varón interesado en transgredir su rol tradicional de igual manera que la mujer lo está en transgredir el suyo, de modo que las oportunidades laborales sean cada vez más equitativas? ¿Ello resultaría en la construcción de un espacio urbano más integrado y, por ende, más inclusivo?
Evidentemente, las respuestas a tales preguntas serían objeto de investigaciones más amplias que estén en la posibilidad de elaborar cuestionamientos similares desde una perspectiva geográfica.
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Notas
- Este documento se desprende de la investigación doctoral en curso titulada Efectos de las tareas reproductivas en la labor productiva de la mujer. Evidencias geográficas en la Zona Metropolitana de Monterrey (ZMM), por lo que representa apenas un extracto de la información generada en dicha disertación. Aquí sólo se plantean tres de las seis variables demográficas originalmente abordadas: edad, estado conyugal, número de hijos, edad del hijo más pequeño, parentesco con el jefe o jefa del hogar y nivel académico.
- Es decir, el número relativo de las mujeres que los transitan.
- Las condiciones de cada variable son establecidas de acuerdo con el análisis de datos propuesto. Están basadas en las categorías determinadas por el Inegi, las cuales pueden consultarse en la Descripción de la base de datos con apoyo de los Catálogos, información electrónica en línea de libre acceso (Inegi, 2010a).
- No se representan los que tienen algún destino fuera de la ZMM.