La Cuenca de México es cuna de la civilización mexica y una de las más prósperas de Mesoamérica, con una historia de poblamiento que se extiende por milenios. En este texto se hace un breve repaso histórico de la transformación de la región para comprender el desarrollo urbanístico de la Ciudad de México, en la que actualmente existen zonas de elevado índice de vulnerabilidad y marginalidad en detrimento de la calidad de vida de su población.1
Intentar comprender los fenómenos urbanos y demográficos que enfrentamos en la actualidad es imposible sin acercarnos al pasado. Para entender la profundidad de los serios problemas actuales de movilidad, segmentación social, sed y contaminación, debemos asomarnos a la historia. Este repaso histórico de la Cuenca de México2 —desde sus inicios geológicos hasta los acontecimientos más importantes del siglo pasado— no pretende ser exhaustivo, sino resaltar solo algunos hitos que marcaron la morfología de la ciudad actual, con todas sus ventajas y sus problemas.
Algunos investigadores consideran a la Paleocuenca de Aztlán, hace un millón de años, como el antecedente de la actual Cuenca de México (Silva Romo et al., 2002). Sin embargo, hay discrepancias, ya que otras teorías plantean que el vaso del Lago de Texcoco se formó hace unos 700 000 años, tras las erupciones del corredor Chichinautzin, las cuales bloquearon el drenaje natural al Pacífico a través del río Balsas. Este evento hidrológico marcó el inicio de la moderna cuenca endorreica, como indican Mooser (1975), así como Velasco y Verma (2001). A lo largo de medio millón de años, la región ha experimentado un paleoambiente influenciado por el vulcanismo y cambios climáticos, lo que ha llevado a adaptaciones en la flora y fauna locales (Montero, 2022).
En un periodo más “reciente” (hace aproximadamente 100 000 años), durante una era glacial en la que extensas zonas continentales estaban cubiertas por hielo perenne, las montañas más altas de la Cuenca de México también estaban heladas, con una zona de ablación a unos 3 000 metros de altitud. Este paisaje nevado, frío y húmedo propició la formación de grandes lagos en la región (Montero, 2022).
Durante el Preclásico Tardío (1500 a. n. e. – 200 n. e.), los escasos pobladores nómadas de la Cuenca de México cambiaron su estilo de vida al sedentarismo, marcado por el desarrollo de la agricultura y el surgimiento de aldeas permanentes. Se han encontrado pocos y muy pequeños sitios arqueológicos en la Cuenca que daten de este periodo, lo que indica que la población era muy reducida, formada por grupos pequeños de carácter familiar. Entre estas comunidades tempranas destacan Cuicuilco y Ticomán, florecientes entre el 800 a. n. e. y el 200 n. e. (Matos, 2006).
A partir del siglo tercero de nuestra era, la región presenció el ascenso de importantes ciudades-Estado, como Teotihuacán, Azcapotzalco y Culhuacán. Estas ciudades, con complejas estructuras sociales, políticas y económicas, dejaron un legado permanente en forma de majestuosas pirámides, templos y obras de arte que aun hoy tenemos la fortuna de apreciar.
En el apogeo de la civilización mexica (1325-1521), previo a la llegada de los españoles, se calcula que la población de Tenochtitlán alcanzó aproximadamente 175 000 habitantes (Matos, 2006).
Los lagos del sur eran dulces debido a los manantiales de Chalco y Xochimilco, mientras que los del norte eran salados por el suelo salitroso de Texcoco, que aún persiste. Para dividir las aguas, en 1449 Nezahualcóyotl ordenó la construcción de un albarradón, muro que aún se conserva en fragmentos y separaba las aguas dulces de las saladas.3
La ciudad de Tenochtitlán contaba con un sistema de drenaje y eliminación de desechos eficiente, así como un estricto control de la basura —la limpieza de las aguas era una cuestión tan vital, casi sagrada, que había encargados de vigilar el mantenimiento de las acequias y de sancionar su contaminación—.
La Conquista española
Cuando el ejército de Hernán Cortés llegó a Tenochtitlan el 8 de noviembre de 1519, la ciudad era parte de la Triple Alianza, junto con Tlacopan y Texcoco (Matos, 2006). Esta alianza ejercía un control territorial, militar y cultural sobre grandes extensiones de lo que hoy es la república mexicana (Montero, 2022).
El arribo de los españoles significó un cambio profundo en la vida antigua, y marcó un quiebre en la conformación social, funcionamiento natural y dinámica de vida de la Cuenca de México. Para empezar, la población indígena sufrió un drástico declive a causa de enfermedades, conflictos bélicos y trabajos forzosos. Se estima que, menos de un siglo después de la Conquista, desapareció alrededor de 90% de la población nativa de esta área (Kamen, 2003).
La Ciudad de México fue construida sobre las ruinas de Tenochtitlan para asentar la capital virreinal de la Nueva España; un proceso que implicó un gradual mestizaje cultural y social (Ramírez, 2022), así como la destrucción de ecosistemas y la desecación de los cuerpos de agua de la región para trazar la que hoy es una de las urbes más grandes y desiguales del mundo.
Como escribió el conquistador y cronista Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, para los recién llegados, Tenochtitlan era “una ciudad flotante”:
Son las calles de ella, digo las principales, muy anchas y muy derechas, y algunas de estas y todas las demás son la mitad de tierra y por la otra mitad es agua, por la cual andan en sus canoas. Y todas las calles de trecho a trecho están abiertas por donde atraviesa el agua de las unas a las otras, y en todas estas aberturas, que algunas son muy anchas hay sus puentes de muy anchas y muy grandes vigas, juntas y recias y bien labradas, y tales, que por muchas de ellas pueden pasar diez de a caballo juntos a la par […] (Díaz del Castillo, 2011).
Mapa de Uppsala
De los pocos documentos cartográficos de ese entonces con los que contamos es el Mapa de Uppsala. También conocido como Mapa de Santa Cruz, documento excepcional que combina el conocimiento indígena y la cultura renacentista europea. Realizado sobre piel y con medidas de 114 × 78 cm, muestra la configuración urbana, orográfica y ciertos aspectos de la vida cotidiana de Tenochtitlan inmediatamente después de la Conquista.
Para Miguel León-Portilla es la representación más detallada que se conoce de la región donde se asentó la capital del país. Se trata de un plano fundamental para el análisis y comprensión de la primera traza de la Ciudad de México y sus consecuencias sociales, urbanas y espaciales. En él es evidente la distinción de al menos dos ciudades: la de los españoles y la de los indígenas, pues las diferencias arquitectónicas, urbanísticas y sociales son notables a simple vista. Se observan claramente las grandes construcciones de la ciudad española, protegidas, bien trazadas y alzadas, contra unas casitas vulnerables y endebles en los límites más indeseables de la laguna de México, que corresponden a las secciones de los “naturales”, concepto utilizado como pretexto para justificar divisiones urbanas con un sentido más hondo que la simple distribución geográfica de la población.
La capital mexica era entonces una gran incomprendida ante ojos europeos; se trataba de una metrópoli que se alzaba en medio de un gran cuerpo de agua, donde se navegaba por estrechos canales. Su centro ceremonial, corazón del imperio, servía como punto de partida de las calzadas que conducían a tierra firme, y estaba rodeado tanto por chinampas4 como por barrios más residenciales que se adaptaban constantemente al rápido crecimiento urbano de la ciudad (Mier y Terán, 2005).
La antigua Tenochtitlan representaba el poderío del imperio mexica y ocupar físicamente su espacio reforzaba el triunfo de los españoles. La traza del nuevo orden construido sobre las cenizas de la ciudad antigua se encomendó a Alonso García Bravo,5 quien debió adaptarla a factores físicos como edificaciones aún en pie, calzadas que conectaban la isla con tierra firme y las principales acequias. La Ciudad de México se convirtió en el modelo de trazado reticular a replicar en las nuevas tierras conquistadas, concebido como una república para indígenas y españoles.
No obstante, desde el inicio se buscó que las viviendas indígenas quedaran fuera de los límites urbanos, reservando el centro y los primeros cuadros exclusivamente para los peninsulares, con construcciones sólidas sobre suelos más seguros, pues las orillas de la isla se consideraban como tierras no deseables debido al riesgo de inundaciones (Matos, 2006).
En cuanto a la estructura vial de la nueva ciudad, las tres calzadas que se extendían desde el centro ceremonial —Tlacopan hacia el oeste, Iztapalapa hacia el sur y Tepeyac hacia el norte— se respetaron para el trazo de la nueva metrópoli (Mier y Terán, 2005). Se mantuvieron los dos ejes principales de la ciudad indígena: la calzada de Tacuba como decumeno máximo6 en sentido oriente- poniente, y la de Iztapalapa como cardo máximo en sentido norte-sur (Borja, 2019).
Tras el impacto de la brutal conquista militar en los pueblos originarios, la llegada de los franciscanos (1524) y posteriormente de los jesuitas (1572) a la Ciudad de México marcó un cambio drástico en la percepción y trato hacia la población indígena. Estas órdenes religiosas, especialmente los jesuitas, abogaron por mejores condiciones para los pueblos originarios y establecieron iglesias en las zonas periféricas donde residían. Su enfoque humanitario y la creencia de que los indígenas tenían alma y, por lo tanto, debían ser tratados como iguales desencadenaron importantes debates en aquel entonces.
La arquitectura de los templos, colegios y plazas construidos por los franciscanos y jesuitas no solo influyó en la traza urbana, sino también contribuyó a la cohesión social en la Ciudad de México en sus primeros años de fundación (Ramírez, 2023).
En la edificación de la nueva ciudad se optó por combatir las aguas en lugar de convivir con ellas. Esta renuencia a respetar el entorno natural de la cuenca —una práctica arraigada durante siglos entre los mexicas y sus antecesores— se explica por dos factores. Por un lado, desde una perspectiva militar y defensiva, la estratégica ubicación de la isla de Tenochtitlan con múltiples salidas a la laguna permitía a los mexicas dominar las técnicas de canotaje y navegación. Dado que el ejército español carecía de este conocimiento y se limitaba al control de las calzadas de acceso a la ciudad, consideraban el lago como un punto débil del Virreinato de la Nueva España. Por el otro, está la introducción de la ganadería intensiva a la zona por parte de los hispanos, provocando problemas de contaminación del agua, contrarios a las prácticas de limpieza sagrada de los mexicas.
Todo esto se sumaba a la falta de comprensión del flujo natural de las aguas, lo que resultaba en inundaciones, enfermedades y anegaciones constantes. Alexander von Humboldt, en su influyente libro de 1822, Ensayo Político sobre el Reino de la Nueva España, ofrece una aproximación fundamental para entender esta decisión:
[…] parece pues, que los primeros conquistadores quisieron que el hermoso valle de Tenochtitlan se pareciese en todo al sueño castellano en lo árido y despojado de su vegetación. Desde el siglo XVI se han cortado sin tino los árboles. La construcción de la nueva ciudad (de México) consumió esta gran cantidad de madera y al continuar sin plantar nada nuevo, esta falta de vegetación dejó al descubierto a la fuerza directa de los rayos del sol apurando su evaporación (…) Sin embargo, lo que más ha contribuido a la disminución del Lago de Texcoco, es el famoso desagüe real de Huehuetoca. Este corte en la montaña comandado en 1607 a manera de ahondamiento no solo ha reducido a muy estrechos límites los lagos, sino que también ha impedido la circulación natural de los mismos […] (Humboldt, 1822).
Es así que, durante el virreinato, la desecación de los lagos se convirtió en un objetivo político, administrativo y militar continuo. La tarea de diseñar un sistema eficiente para acelerarlo se encomendó al ingeniero Enrico Martínez, quien se percató de que, con ayuda de la gravedad, era posible conducir el cauce de las aguas de los lagos hacia el río Tula, y de ahí al Golfo de México. Fue así que diseñó el llamado tajo de Nochistongo a principios del siglo XVII, con terribles consecuencias para la Cuenca.
Esta obra civil se realizó con mano de obra forzada indígena, lo que resultó en la pérdida de miles de vidas y en la alteración permanente de la circulación natural de las aguas (Humboldt, 1822), así como en la afectación de la biodiversidad de la región. Aunado a ello, se implementó una estrategia de tala masiva de árboles endémicos para acelerar la evaporación del agua, lo que en términos prácticos resultó en uno de los primeros ecocidios en la historia del continente.8
Consecuencias y calamidades
Si bien la desecación de la ciudad fue una estrategia para controlarla, fue a partir del siglo XVII que se sufrieron los efectos de esta lamentable decisión. La Ciudad de México enfrentó graves inundaciones y hambrunas que aumentaron la vulnerabilidad padecida por los sectores más pobres. El efecto de las pésimas decisiones por falta de conocimiento sobre los ciclos naturales de la Cuenca impactó en el modelo urbanístico de la ciudad, como dan cuenta dos eventos históricos destacados.
Por un lado, la inundación de 1629 a 1635, provocada por lo que se conoce como “el diluvio de San Mateo”, el cual duró aproximadamente 40 horas, colapsando el tajo de Nochistongo y sumergiendo a la ciudad bajo más de dos metros de agua.
Otro suceso relevante fue el llamado motín de 1692 o “Tumulto de Pan”, ocurrido el 8 de junio de ese año en la Ciudad de México, con consecuencias trágicas al ser la primera rebelión social desde el inicio del periodo virreinal. La principal causa de este motín fue la severa escasez de maíz derivada del colapso productivo de la zona chinampera. Es decir, la desesperada lucha por desecar la Cuenca generó la falta de circulación de agua en muchos de los canales y la anegación de varios ríos, lo cual ocasionó severos estragos en la agricultura. Esto derivó en sequías, plagas en los cultivos y especulación con los precios por parte de algunos comerciantes.
El levantamiento, ampliamente documentado por figuras como Carlos de Sigüenza y Góngora, el periodista Antonio de Robles y el cronista Thomas de la Fuente Salazar, dejó una profunda impresión en la sociedad capitalina (Muriel, 1998). En el cuadro de Cristóbal de Villalpando, encargado por el virrey conde de Galve, se representa un ala del Palacio de los Virreyes destruida durante el incendio provocado por el motín.
A partir de estos dos trágicos acontecimientos, algunas zonas de la Ciudad de México, particularmente el oriente, se separan del resto del desarrollo urbano de la capital. Desde entonces esta región es vista como indeseable e insalubre para habitar, donde las tolvaneras y aguas más saladas del Lago de Texcoco volvieron aesos terrenos pieza de castigo para sus desafortunados habitantes.9
El plano regulador de 1933
Otro aspecto fundamental en la historia del urbanismo en México lo marcó el Plano Regulador del Distrito Federal de 1933, autoría de Carlos Contreras Elizondo. Este plan integral, considerado el primero de su tipo en el país, sentó las bases para el desarrollo ordenado y sostenible de la Ciudad de México durante las décadas siguientes.
Este documento urbanístico incluiría un diagnóstico integral sobre las condiciones socioeconómicas y ambientales de la capital, en el cual se abordaron cuestiones ambientales, como las tolvaneras del Lago de Texcoco y sus terrenos salitrosos, hasta el aumento o depreciación en los valores de la tierra y de la propiedad urbana.
Contreras sustentó este plan integral en una serie de principios fundamentales, como el crecimiento y descentralización, para crear un centro urbano eficiente rodeado de zonas periféricas con servicios y áreas verdes; la zonificación que definía diferentes usos de suelo; la planificación vial y de transporte que incluía una red jerarquizada y la integración de diversos medios de transporte; así como la propuesta de equipamiento urbano con escuelas, hospitales, mercados y espacios públicos. Además, destacaba la importancia de la construcción de viviendas dignas y accesibles para todos los sectores sociales (Escudero, 2018).
Expansión urbana y concentración de la tierra
Es el siglo XIX, en definitiva, uno de los periodos fundamentales de la modernización del país y su capital. Eventos como la Independencia, el establecimiento de la república y el fin del antiguo régimen marcaron el desarrollo de la vida nacional, así como el comienzo de una expansión urbana y demográfica sin precedentes en la historia, que llevó a la Ciudad de México a ser una de las urbes más complejas del planeta (Ayala, 2017). No es ocioso anotar que la ciudad se hizo pequeña conforme avanzó el Virreinato (confinada a los linderos del lago y en comparación con la extensión de Tenochtitlan y sus chinampas).
Posteriormente vino la gran explosión que ocupó el territorio seco de la ciudad despojada de sus lagos. Esto sucede a partir del porfiriato, incluso para entonces ciudades como Puebla o Mérida eran mayores en extensión que la capital.
Desde la consumación de la Independencia de México en 1821, y hasta la década de 1870, la sociedad mexicana sufrió los embates de guerras, intervenciones extranjeras y levantamientos, lo que dificultó el crecimiento urbano planificado y articulado. La ciudad padecía constantes cambios de gobierno, así como presidencias efímeras, lo que imposibilitó su desarrollo sostenido.
A pesar de ello, se tiene registro en los archivos de la ciudad de la fundación de nuevas colonias urbanas desde las primeras décadas de vida independiente, las cuales se establecieron en antiguos barrios indígenas y otras más en tierras agrícolas y potreros. Ejemplo de estos fraccionamientos son Nápoles, Becerra y Molino del Rey (Ayala, 2017). Por ese periodo, poblados cercanos a la ciudad como Tacubaya, Mixcoac y San Agustín de las Cuevas, inicialmente destinados a casas de descanso, pronto se convirtieron en residencias permanentes de la población acomodada.
Surgieron expectativas que hasta entonces eran desconocidas: se deseaba vivir lejos del bullicio de la ciudad, pero manteniendo la cercanía, pues la urbe era reconocida como el centro de la vida social (Ayala, 2017). Pero el otro lado, el ya lastimado oriente de la Ciudad de México (que actualmente corresponde a la zona de La Merced), contrastaba con la visión de modernidad y deseabilidad. En los mapas de la época el trazo se desdibuja en esta zona, lo que evidencia la falta de atención por parte de las autoridades hacia el oriente.
Más adelante, a partir de las Leyes de Reforma en 1859,10 surgió la preocupación por el crecimiento del suelo urbano de manera desmesurada relacionada con problemas de especulación durante las últimas dos décadas del siglo XIX, sin que las autoridades pudieran ofrecer soluciones satisfactorias a las colonias recién formadas (Contreras, 2015).
El porfiriato fue un periodo decisivo en la implantación del modelo fabril moderno, con abundancia de capitales, de maquinaria y surgimiento de la industria pesada. Es de estos primeros años del siglo XX el trazo de colonias como Atlampa. Asimismo, la antigua vía ferroviaria México-Cuernavaca, que tenía su origen en la cercana estación Buenavista, produjo el establecimiento de un buen número de fábricas que aprovecharon las vías del tren (Cisneros, 2008).
La modernidad
A principios del siglo XX, la Ciudad de México experimentó un periodo de grandes transformaciones políticas, socioeconómicas y urbanísticas que dieron lugar a marcadas diferencias urbanas, en una ciudad profundamente desigual y contrastante.
Hay que considerar que, de ser una metrópoli de 700 000 habitantes en 1900, pasó a ser una megalópolis de más de 20 millones en el año 2000, un crecimiento de más de 2 750%. Este fenómeno, de proporciones históricas, transformó radicalmente la ciudad en todos sus aspectos (Inegi, 2010).
La capital se encontraba claramente dividida entre un centro histórico opulento y periferias cada vez más marginales. Mientras en la zona central se concentraban las élites tanto políticas como económicas y presentaba una infraestructura moderna —avenidas amplias, edificios imponentes, así como una gran concentración de servicios y comercios—, las periferias en contraste carecían de servicios básicos como agua potable, drenaje y pavimentación; las calles eran angostas y sucias, las viviendas precarias y hacinadas, y la pobreza era generalizada (Contreras, 1932).
Como consecuencia, esta segregación espacial claramente trazada se traducía en una profunda desigualdad en el acceso a oportunidades de educación, empleo, salud y servicios públicos, lo que perpetuaba la ya histórica pobreza y la marginalidad de los sectores más desfavorecidos.
Posteriormente, en las décadas de 1920, 1930 y 1940, las crisis agrícolas obligaron a millones de personas a trasladarse a la capital en busca de mejores condiciones.
Se menciona que entre 1951 y 1970, la ciudad experimentó un crecimiento explosivo, dando lugar a la expansión de regiones como Ciudad Nezahualcóyotl, por instrucciones gubernamentales de crecimiento en las periferias y su posterior urbanización.
Asimismo, la introducción y el uso masivo del automóvil en la Ciudad de México tuvieron un impacto profundo y en gran medida negativo, afectando diversos aspectos de su desarrollo urbano, social y ambiental, lo que actualmente ha generado graves problemas de movilidad, contaminación, entre otros.
De manera particular, el caso mexicano es notorio entre las capitales del mundo por la forma como se cedió en la ciudad el espacio público al vehículo automotor privado, siendo una de las peores decisiones urbanísticas, pues le quitó la escala humana a la ciudad en beneficio de un bien dirigido a las clases más ricas de la ciudad. La explosión demográfica de la Ciudad de México durante la década de 1940 devoró el espacio sin considerar el suelo de conservación, las calles o los elementos urbanos necesarios para el entendimiento del individuo con su entorno
natural-social (Contreras, 1934).
Ahora observamos ejemplos claros como los ríos Churubusco, Mixcoac, Piedad y Consulado, o el canal de La Viga, que eran las últimas vertientes y escurrimientos naturales creados como consecuencia del sistema de desecación iniciado por el gobierno virreinal 300 años antes, y que fueron entubados y pavimentados para dar paso a más calles por donde circularan más automóviles con poco o nulo espacio para el transporte público, perpetuando el ineficiente modelo del automóvil en la Cuenca.
La segunda mitad del siglo XX representa una época de gran devastación en términos urbanos para la Ciudad de México. En pocas ciudades del mundo, las divisiones socioterritoriales son tan claras como en este caso. Esto es especialmente evidente en la segregación territorial histórica hacia el oriente de la ciudad, que se profundizó privando a esa zona de los servicios que estaban disponibles en el resto de la metrópoli, visibles hasta hoy. Por mencionar un dato actual, en 2022, 35.9% de la población de la alcaldía Iztapalapa sigue sin acceso diario al agua en su vivienda, lo que representa más de 594 527 personas con escasez del líquido en esa zona (Conagua, 2022).
Al revisar datos tan recientes como el último reporte del Coneval sobre pobreza urbana, también es posible visualizar las diferencias socioeconómicas en la Ciudad de México en la actualidad, donde es muy notable la disparidad centro-periferia, en especial hacia el históricamente rezagado oriente.
Reflexiones finales
El estudio de las grandes transformaciones que han sucedido en la Ciudad de México obliga colectivamente a realizar ejercicios de reflexión y difusión de algunas alternativas de solución. Por principio, existen diversas causas multifactoriales para ello, pero tienen en común las reprobables decisiones tomadas a lo largo de cinco siglos, ya sea por desconocimiento, por supuesta practicidad o por optar por un desarrollo urbano superficialmente beneficioso, entre otros factores que han llevado a esta ciudad al límite de habitabilidad y sustentabilidad.
La devastación fue tan extrema que resulta casi imposible imaginar cómo era la Cuenca de México hace 500 años, de no ser por algunas obras de arte en las cuales se observa esta lamentable cadena de sucesos, desde antes de la Conquista hasta el siglo XX (este último caracterizado por la gravedad de la destrucción). A manera de síntesis, Tenochtitlan era una ciudad mucho más extensa, biodiversa, desarrollada y armoniosa que la Ciudad de México de mediados del siglo XX; y se redujo considerablemente a medida que avanzaba el Virreinato, convirtiéndola en una urbe más pequeña y desprovista de sus cuerpos de agua. A partir del porfiriato y la Revolución, comenzó a expandirse hasta llegar a ser una de las metrópolis más grandes del mundo. Este crecimiento desordenado, desigual y explosivo nos ha dejado consecuencias con las que luchamos actualmente.
Habitamos una ciudad con una relación esquizofrénica con el agua, con sobreexplotación y escasez, pero con inundaciones en épocas de lluvia; con decisiones urbanas que favorecen a unos y olvidan a otros, lo que aumenta la desigualdad socioterritorial, priorizando el uso del automóvil sobre el transporte público, lo que ha contribuido al caos urbano y la contaminación que respiramos actualmente.
Es urgente reflexionar sobre el rumbo, destino y condición de urbanización no solo de la capital del país, sino también de las ciudades circundantes, que en algunos casos repiten modelos cuya funcionalidad es rebasada de inmediato, o ni siquiera existe, como es el caso de la ampliación de avenidas ya anchas de por sí, o el olvido del espacio público y el desprecio por las zonas verdes. Las ciudades mexicanas han llegado a un punto de inflexión forzoso que obliga a repensar el desarrollo y la relación con el entorno.
Es urgente revisar temas como la calidad y cantidad del transporte público, el uso y destino del espacio y, sobre todo, guiar acciones que disminuyan las severas diferencias económicas, sociales y urbanísticas que enfrentan nuestras ciudades. La calidad de vida en estos espacios varía enormemente según la región donde se encuentre la propiedad, un modelo absolutamente inadmisible en las sociedades modernas.
Debemos reconocer nuestras responsabilidades individuales y colectivas para corregir el rumbo inmediatamente y evitar repetir errores pasados. Aunque la Ciudad de México es densamente poblada, ejemplos como Tokio, con una amplia mayoría de su población utilizando el transporte público, demuestran que es posible lograr una movilidad más eficiente y sostenible.
Temas urgentes como el agua y la conservación del suelo requieren una acción colectiva para impulsar un cambio de rumbo necesario. Es imperativo detener la pavimentación indiscriminada y reducir las emisiones contaminantes para preservar el entorno. El mensaje clave es que, aunque el cambio surge de la presión popular y la acción colectiva, cada individuo puede contribuir a través de decisiones conscientes y sostenibles en su vida diaria.
Notas
1. La conferencia impartida por el autor en el marco del evento “100 artículos de la Revista Vivienda Infonavit” puede consultarse aquí: https://revistavivienda.infonavit.org.mx/2023/12/03/100-articulos-de-la-revista-vivienda-infonavit/
2. Con ese nombre se le conoce a la reunión de cuatro valles ubicados en la parte central del territorio mexicano. Dentro de ella se hallan varias ciudades como Pachuca, Tizayuca, Amecameca, Texcoco y Apan, así como casi toda la zona metropolitana del Valle de México, a excepción de la que pertenece al municipio de Huixquilucan. Políticamente, la Cuenca está dividida entre cuatro entidades federativas: Estado de México, Ciudad de México, Hidalgo y Tlaxcala, con una pequeña porción en el estado de Puebla.
3. Tras la Conquista, parte de este muro fue destruido para permitir la entrada de los bergantines de Hernán Cortés, lo que provocó que el agua salada penetrara en las lagunas dulces, lo que afectó las chinampas y justificó la desecación de los lagos.
4. Las chinampas son terrenos de cultivos de producción intensiva realizadas a mano, las cuales comenzaron a construirse en el Lago de Xochimilco por agricultores mexicas, y fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1987.
5- Soldado-conquistador que se unió a las tropas de Cortés en Veracruz. Sus primeros trabajos de urbanización, en la Villa Rica de la Veracruz, datan de entonces. Aunque hay debates-sobre su papel en la urbanización de la capital, García Bravo figura como alarife (arquitecto) de la ciudad en las actas del Cabildo de México. Posteriormente se mudó a Oaxaca,-donde fue uno de los primeros fundadores de la ciudad y reclamó ser el autor de su trazado (Cuesta,1992).
6. El decumanus maximus es una calle principal de orientación este-oeste en las ciudades romanas, campamentos militares y colonias. En el Imperio romano, el decumanus maximus era la calle principal que cruzaba la ciudad, daba acceso a lugares importantes como el mercado, y se intersecaba con el cardo maximus, la otra calle principal que iba de norte a sur.
7. Durante algún tiempo se atribuyó su elaboración al cosmógrafo Alonso de Santa Cruz, quien vivía en España y servía al rey Carlos V (de ahí uno de los nombres por los cuales se le conoce). Sin embargo, León Portilla y la cartógrafa Carmen Aguilera afirman que fue creado por estudiantes y sabios indígenas en colaboración con frailes españoles, posiblemente incluyendo a Bernardino de Sahagún, en el Colegio de Tlatelolco. Aunque las razones de su llegada a Suecia no están claras, se sabe que ha permanecido en el país desde al menos dos siglos, y actualmente se le encuentra en la Biblioteca Carolina Rediviva de la Universidad de Uppsala, en aquel país escandinavo (González, 2018).
8. En varios códices, como el Florentino y el Durán, se menciona la abundancia de aves, como patos y otras especies endémicas de la Cuenca, que se extinguieron durante la Conquista, lo que da una idea de la magnitud del daño ambiental causado por las decisiones urbanas peninsulares.
9. Esta zona oriental, habitada en condiciones deplorables por gente desamparada, era la más sucia e insalubre de la capital: no existían calles sino veredas y callejones, había un tiradero de basura al cual eran llevados los desperdicios recogidos por los carros de limpieza y cuyos olores viajaban con el viento, y se inundaba constantemente por estar cerca de un canal de desagüe. Encima de esto, fueron los más abandonados en cuanto al suministro de agua y sus habitantes tenían que solicitar constantemente el servicio de aguadores.
Es muy significativo que el hospital de leprosos de San Lázaro se fundara en este sector (Rodríguez, 2001).
10. Las Leyes de Reforma fueron un conjunto de normas promulgadas por el presidente Benito Juárez en julio de 1859, después de la Revolución de Ayutla, con el objetivo de separar la Iglesia del Estado. Estas leyes fueron importantes para la construcción de México como un Estado laico y, junto con la Constitución de 1857, sentaron las bases de un Estado moderno y soberano.
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