En términos generales, la vivienda se ha asumido como una categoría analítica compacta, prescindiéndose de entender la relación entre el suelo y las construcciones que sobre él están destinadas a ser habitadas. Por ello, en este texto se centra la atención en el papel que juega cada uno de estos componentes en la producción y reproducción de la vivienda popular. Se sostiene que ambos constituyen un capital acumulado por la familia de ascendencia que se transfiere de padres a hijos sin intermediación del mercado. Así, en México, el valor de la vivienda popular emana del trabajo y la capacidad de las familias de donar el suelo urbanizado a las nuevas generaciones, para que ellas dispongan de él y generen nuevas viviendas en el mismo predio.
El problema de la vivienda es analizado prioritariamente en el contexto de las contradicciones en el modo de producción capitalista, mismas que han conducido en los países del sur global a dos modelos de producción: el formal y el informal. El predominio del razonamiento estructural ha conducido a un análisis dicotómico de la vivienda, en el que se han identificado los agentes que participan en estas dos formas de producción (el Estado, el sector privado capitalista y los pobladores); se ha cuestionado la forma en que el Estado, como un agente activo en la reproducción de ambos modelos, converge con el sector inmobiliario capitalista a través de políticas de vivienda y, concurriendo con la población que no tiene acceso a una vivienda terminada, mediante políticas de regularización de tenencia de la tierra y subsidios al mejoramiento de la vivienda.
El tratamiento inequitativo y desigual al problema de la vivienda se ve agravado por la ausencia de una política de suelo dirigida a aminorar las precarias condiciones en que los sectores populares se ven conminados a producir su hábitat. Igualmente, el hecho de que los componentes suelo y construcciones de habitación estén imbricados en la conceptualización de las políticas públicas conduce erróneamente a que sea observada como un producto compacto y no sea analizada en función de sus componentes.
La perspectiva estructural ha puesto poca atención al aporte diferencial que el suelo y las construcciones de habitación ofrecen al desarrollo de la vivienda, y más importante, la función que cada uno de esos componentes cumple en la reproducción familiar, que constituye el objeto de su existencia. Si bien en diferentes estudios se ha registrado que la mano de obra familiar es un elemento organizativo del proceso de producción de la vivienda popular, se desconoce la trascendencia que los vínculos filiales, más allá del lugar de residencia, tienen en su producción, reproducción y transferencia.
El hecho de que la vivienda popular sea adquirida por sus habitantes a través de un proceso paulatino de habilitación del predio y autoconstrucción de edificaciones a ser habitadas, y no obtenida como un producto terminado, obliga a valorar por separado el aporte del suelo y de las unidades de habitación en su producción y reproducción. Entiendo estos como dos estadios diferenciados. La etapa de producción de la vivienda popular involucra el acceso a un suelo no urbanizado, el trabajo vivo realizado tanto en la habilitación del predio como en la autoconstrucción de la vivienda individual, y el tiempo dedicado a la autogestión de los servicios básicos. Diferentemente, identifico la reproducción de la vivienda como una etapa posterior, en la que se construyen viviendas adicionales o segundas viviendas en un mismo predio.
La producción de segundas viviendas en un mismo predio de colonia popular no es un fenómeno aislado. El Censo de 2020 registra que 18.7 % de las viviendas a nivel nacional comparte el mismo predio. Un estudio que hemos realizado recientemente en El Colegio de México indica que uno de cada cuatro predios en colonias populares de la zona metropolitana de la Ciudad de México tiene más de una vivienda, y que 90 % de las viviendas adicionales está ocupado por parientes del propietario del predio que no pagan renta (Salazar, 2014).
Los hallazgos mencionados obligan a reflexionar sobre aspectos relacionados tanto con la creación de valor de la vivienda popular como con la transmisión de esa riqueza producida de una generación a otra. De la misma forma, la distinción entre el suelo y las edificaciones para habitar, así como el acoplamiento de estos dos componentes en diferentes momentos, nos llevan a indagar hasta qué punto se les da un uso relativamente autónomo en la práctica social.
Con la finalidad de estimular propuestas alternativas de política pública que reconozcan, por un lado, las formas en que se produce y reproduce la vivienda popular y, por el otro, el aporte que la institución familiar tiene en ello, ofrezco analizar de manera separada los componentes suelo, primera vivienda o vivienda principal, y viviendas adicionales o segundas viviendas. Espero con ello proporcionar una mayor comprensión sobre la producción y reproducción de la vivienda popular, que conduzca a reconsiderar la definición de los derechos de propiedad que derivan de la práctica social en la formulación jurídica y normativa que hace posible el paso a programas de acceso a la vivienda.
Este documento está organizado en tres apartados. En el primero proporciono una reflexión sobre cómo el suelo es dotado de valor, independiente de su precio en el mercado. En el segundo formulo cómo ese valor es transmitido generacionalmente de padres a hijos 1, y en el tercero pongo sobre la mesa de la discusión los conceptos de posesión y propiedad como formas viables a incorporar en el reconocimiento del derecho a la vivienda.
El suelo como valor
De acuerdo con la teoría del valor-trabajo, el valor de un objeto radica en el acto del trabajo (Mill, 1943; Smith, 1994; Marx, 2013). Así, el suelo adquiere valor cuando a través de la inversión en trabajo y capital se transforma en suelo urbanizado. Ese valor remite tanto a su utilidad (valor de uso), como a su precio en el mercado (valor de cambio), pero estas dos acepciones no implican que, en la realidad, el suelo sin urbanizar no tenga un precio en el mercado. Significa, sin embargo, que cuando una persona adquiere un suelo no urbanizado, debe adicionarle capital y trabajo, para dotarlo de valor e incorporarlo en el espacio urbano.
En el caso de los hogares populares —quienes mayoritariamente adquieren suelo no urbanizado para construir su vivienda—, el suelo es dotado de valor en diferentes momentos mediante las variadas acciones que ejecutan y los recursos de los que disponen los hogares en cada uno de ellos. Como puede observarse en la Figura 1, en el momento en que se produce el hábitat y una primera vivienda (M1), los desencadenadores del proceso, que son también las y los usuarios finales de las viviendas, realizan tareas que no serán ejecutadas de nuevo en el momento de su reproducción (M2). En la primera etapa, los adquirientes del suelo pagan por este y también producen urbanización; empiezan a construir su primera vivienda sin disponer de servicios básicos o equipamientos mínimos, y gestionan su implementación durante el proceso de habilitación del suelo y de la vivienda, así como de la gestión de servicios básicos para, con ello, consolidar sus colonias e ir creando condiciones generales de habitabilidad.
En M2 ya no se presentan acciones para la habilitación del predio ni para la urbanización; lo que se repite como actos son la inversión en capital y trabajo, destinadas a la construcción de segundas viviendas. Aunque, aparentemente, la producción de la primera y la segunda vivienda implica trabajo de la misma naturaleza, los niveles de fatiga y habilidad que exigen la una y la otra no son los mismos: la primera vivienda se construye en un predio que no dispone de servicios básicos (M1); las segundas viviendas (M2), en cambio, se edifican en uno que ya cuenta con ellos. En otras palabras, en M2 se ejecuta sobre el trabajo acumulado de los fundadores de la colonia y de todos los recursos, tanto individuales como colectivos, implicados en M1; es decir, en la habilitación del suelo rural para generar un lugar donde vivir. Siguiendo a Mill (1943), el hecho de que en M2 no se asiente en la premura y precariedad de 30 años atrás, significa que un día de fatiga en M2 se troca con un mayor grado de habilidad y hasta puede pagarse en el mercado.
En el contexto de los hogares populares, la transformación del suelo de rural a urbano adquiere mayor relevancia en términos de su valor de uso, que de su valor de cambio. Primero, porque el suelo habilitado se convierte en el sustento material a través del cual las unidades domésticas resuelven su necesidad de habitación. Segundo, porque las edificaciones que sobre él se construyen tienen como fin último ser usadas como lugar de habitación, y no circuladas en el mercado. Tercero, porque en tanto que la vivienda popular sea resultado de un proceso, y no un producto terminado, el suelo adquiere una naturaleza flexible que permite que se acondicionen, adicionen o repliquen sobre él, edificaciones adaptadas a las posibilidades económicas y a los cambios en la estructura y composición de los hogares. Las entradas y salidas de los hijos en las diferentes etapas del ciclo de vida del hogar, así como la adición de nuevos miembros, como resultado de uniones matrimoniales o consensuadas y nuevos nacimientos, conllevan la expansión del grupo familiar y se acompañan de nuevos arreglos residenciales.
El suelo como objeto de transferencia
Como se argumentó, el hecho de que la producción de la vivienda en los sectores populares no se consiga a través del mercado, sino mediante el trabajo vivo de los miembros adultos del hogar y de sus ingresos monetarios, permite que a lo largo del tiempo sus poseedores acumulen un capital incorporado al bien vivienda.
Este capital acumulado reúne tres aspectos interesantes en términos de su reproducción. Uno de ellos es que es transmitido de padres a hijos cuando estos ingresan al mercado laboral o experimentan eventos demográficos. Como se observa en la Figura 1, es solo hasta M2 que el trabajo acumulado de los progenitores se dispensa a sus descendientes mediante un acto de donación voluntaria. La transferencia de trabajo acumulado de los progenitores se produce a través de actos de cesión o donación que provienen del código afectivo radicado en los vínculos filiales. Como deriva de la antropología económica (Graeber, 2018), la transmisión de recursos materiales entre ascendientes y descendientes, desde la donación de reliquias familiares hasta bienes con alto valor económico, es una de las “formas estructurales de la familia que permanecen y están en la base de las relaciones intergeneracionales” (Gonzáles, 2009, p. 522), incluso en circunstancias en que la proximidad entre los miembros de la familia llega a ser conflictiva o escasa.
El segundo aspecto es que el capital acumulado en la vivienda no es cedido de ascendientes a descendientes en su totalidad, sino por componentes y de manera fragmentada, y es común que los padres ofrezcan a sus hijos una porción del predio para que estos generen un lugar para habitar, así como que previamente les presten una habitación, sin exigirles a cambio un beneficio monetario. Esta forma de transmisión del bien de la vivienda, en la que se dona el valor de uso del predio o de la construcción, pero no el valor de cambio, da la posibilidad a los progenitores de beneficiar en vida a sus hijos con el trabajo acumulado sin poner en riesgo sus derechos de propiedad.
Estudios sociodemográficos han señalado que, en la práctica de los hogares populares, los progenitores suelen apoyar la inserción de los jóvenes a la vida adulta a través de la corresidencia (Casal, 1996; Echarri, 2003, 2005; Mier y Terán, 2009; Rabell y Murillo, 2017). Observamos que no se trata exclusivamente de compartir los cuartos y habitaciones, sino de otorgarles también una porción del predio parental para que construyan su vivienda. Dado que esta transferencia se ejecuta a través del sistema consuetudinario y no del jurídico, la transmisión tiende a realizarse como posesión y no como propiedad. Con ese acto de “donación”, los padres proporcionan a sus descendientes el disfrute del predio, pero no les transmite el bien inmueble. Al otorgarles el beneficio de usar el predio para iniciar una vivienda en mejores condiciones que ellas o ellos lo hicieron, les obliga a realizar nueva inversión en trabajo y capital. En este caso, es entonces el suelo, y no la construcción, lo que prima como legado familiar.
La contribución que obtienen los hijos beneficiados para fincar su vivienda es un suelo urbanizado, sin tener que pagar su precio en el mercado. Cuando el receptor crea riqueza en ese predio construyendo una nueva edificación para habitar, incrementa el valor total de lo que denominamos vivienda popular. Sin embargo, su condición de “poseedor” no le permite apropiarse por completo de la riqueza generada por sus progenitores. El resultado del trabajo y el capital invertido por el hijo en la producción de una segunda vivienda es inferior a su valor de cambio, lo que le impide de forma autónoma convertirla en mercancía y ofrecerla en el mercado. Para intercambiar ese bien por dinero tendría que añadirle el precio del suelo, que deviene del trabajo acumulado que sus progenitores realizaron al habilitar el predio, es decir, al dotarlo de condiciones para uso urbano.
Según el racionamiento de Piketty (2014, p. 427), la donación del valor de uso del predio, sin la transferencia de su valor de cambio, compensa en parte el efecto de la propiedad, porque el acoplamiento jurídico de esta tiende a postergarse a su uso en la vida del receptor. Ya sea que el suelo sea cedido a un descendiente para su uso, o se le conceda una edificación para habitar en calidad de préstamo o por herencia, su condición jurídica puede retrasarse debido al efecto que sobre ella ejerce el aumento de la esperanza de vida de los progenitores.
Entre la posesión y la propiedad
Aceptar que las acciones de trabajar y donar orientan en su conjunto la reproducción de la vivienda popular es consentir en que esta tiene una dimensión que no depende del mercado ni se sostiene en la condición jurídica de la propiedad. Quien posee un objeto material y lo utiliza sin haber adquirido el dominio pleno sobre él, no está impedido de disfrutarlo, porque tiene conciencia de que otra persona es dueña de ese bien que posee. A diferencia, quien es propietario de un bien porque tiene un título de dominio sobre él, está impedido de disfrutarlo si no posee ese bien, porque ha cedido a otra persona su valor de uso a cambio de una renta. En este caso, el propietario disfruta del usufructo del bien, pero no de su uso. En las relaciones filiales entre padres e hijos de sectores populares, no suele asignársele a la cesión de derechos de uso de un bien un precio de mercado. Ascendientes y descendientes generan ámbitos de autonomía compartiendo el uso del predio, sin excluirse unos y otros de su disfrute.
Podemos argumentar entonces que, en el contexto afectivo y solidario de los vínculos filiales, ser posesionario o propietario de un predio no altera su relevancia en tanto valor. En primer lugar, porque el disfrute de una porción del predio parental no depende de ser su propietario, sino de estar dispuesto a aprovecharlo. A los progenitores no les basta con poseer el bien, tienen que ponerlo al servicio de la familia. Los beneficiarios de esa donación no requieren estar necesitados para aceptar el legado familiar; basta con que estén vinculados a los códigos simbólicos del grupo al que pertenecen y que sean agraciados por ello. La transmisión de un bien dentro de una relación filial es un código simbólico que asegura su uso al beneficiario (Graeber, 2018). Así, cuando un progenitor da en posesión una porción de su predio a alguien de su familia y le permite realizar una construcción en él, lo que hace es materializar de forma voluntaria, mediante el acto de la “donación”, la transferencia de algo de valor sin responder al plano normativo que rige la transmisión de la propiedad o que pretende le sea asignada una equivalencia como valor de cambio.
En segundo lugar, porque la riqueza generada con la habilitación de los predios populares y la construcción de primeras y segundas viviendas se produce en temporalidades distintas, no necesariamente sucesivas, y con recursos provenientes de diferentes miembros del hogar. En la producción de una primera vivienda, los progenitores ponen todos sus recursos materiales y humanos a disposición de la familia en formación; en la reproducción de segundas viviendas, son los hijos quienes invierten en capital y trabajo vivo, pero cimentado en el trabajo acumulado de los padres. Esto significa que el componente suelo se revitaliza en distintos momentos, para ser consumido por hogares de diferentes generaciones, constituyéndose en un bien indiviso.
En tercer lugar, porque el suelo y las edificaciones que sobre él se construyen tienen valor de uso autónomo y valor de cambio conjunto en la medida en que estén integrados ambos componentes. No hay que dejar de considerar, sin embargo, que el suelo tiene la propiedad de no deteriorarse, más bien de cualificarse; no solo se urbaniza, sino que, con el paso del tiempo, adquiere mejor localización relativa respecto de las áreas mejor servidas de la ciudad.
Conclusiones
Por un lado, he argumentado aquí que, en su dimensión física, la vivienda popular no es un objeto compacto, sino que se compone de elementos claramente diferenciados: el suelo y las construcciones destinadas a ser habitadas, mismas que se edifican mediante la suma de trabajos efectuados de manera dialéctica en diferentes momentos. Asimismo, he señalado que sus diferentes componentes se valorizan continuamente a través de la práctica social sin tener que pasar por su realización en el mercado, es decir, por un proceso de intercambio por dinero. Y que el hecho de que, en la práctica, sus componentes puedan ser transferidos parcial y no totalmente, los convierte en medios que posibilitan hacer efectivo el vínculo filial.
Por otro lado, he sostenido que la reproducción de la vivienda popular se origina en el predio parental y que ello, más allá de la escasez de suelo servido, radica en la arqueología de los vínculos afectivos. Mientras es así, el valor de la vivienda se afinca tanto en el acto del trabajo como en el acto de la donación y, en consecuencia, la conjunción de estas dos acciones viabiliza que las nuevas generaciones tengan mejores condiciones para iniciar su vida adulta en comparación con las precedentes. Pero ¿por qué este conocimiento sería importante para la política pública?
Mientras la práctica prevaleciente en la política de vivienda sea facilitar créditos para la adquisición de vivienda y, en el mejor de los casos, proporcionar subsidios para el mejoramiento de la misma, sin ofrecer alternativas para facilitar el suministro de suelo urbanizado, cumplir con el derecho a la vivienda continuará siendo una falacia.
Es inoficioso insistir en que las condiciones de precariedad del mercado de trabajo impiden a la población no solvente obtener una vivienda a partir del ingreso real. Conviene, entonces, reconocer que los sectores populares contribuyen a la dotación de vivienda mediante actos de cesión fragmentada del predio parental.
La donación de suelo urbanizado de padres a hijos, como motivación para la construcción de segundas viviendas, puede resolver en parte la falta de vivienda y también el problema socioambiental que acompaña la expansión de la ciudad. En consecuencia, corresponde reforzar la práctica del sistema de transferencia de la propiedad implementada por la institución familiar, cuya permanencia en el tiempo ha sido suficiente para mostrar que genera un círculo virtuoso para la reproducción familiar.
Hasta el momento, dar posesión de un bien inmueble a los descendientes es considerado un derecho legítimo, pero no necesariamente legal. Incumbe a las y los hacedores de política pública crear condiciones jurídicas que reconozcan la transmisión de derechos consuetudinarios como una relación imbatible desde la norma, porque es constituyente de la genealogía social. Hecho el reconocimiento del derecho a heredar el trabajo acumulado, que no se realiza en el mercado, atañe también al Estado reformar las reglas de operación de programas destinados a mejoramiento de vivienda para incluir como personas beneficiarias no solo a las y los propietarios del suelo, sino también a quienes poseen segundas viviendas en los predios parentales, con el fin de consolidar el sistema de transmisión consuetudinario.
Notas
- Utilizo de manera alternativa los vocablos ‘padres’ y ‘progenitores’ para hacer referencia al padre y madre en su conjunto. No se hace distinción en el texto entre hijos e hijas, porque hemos encontrado que prevalece un sesgo de género en la distribución de los beneficios derivados de la herencia. A través del arraigado sistema patriarcal prevalece la transmisión de derechos de propiedad a los varones de la familia.
Referencias
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