La autoproducción de vivienda es la manera de edificación más socorrida por la mayoría de las y los mexicanos; especialmente para los sectores económicos más vulnerables. La predilección por este método se debe, además de a sus bondades, a la falta de oportunidades para acceder al mercado formal inmobiliario. Bajo este esquema, el mayor reto es el acceso al suelo para construcción. En el presente artículo se describen, primero, las dificultades y limitantes que esta población experimenta para establecer su vivienda. Posteriormente se señalan algunas de las opciones a las que dicha población se ve obligada a recurrir, tales como la ocupación irregular de la propiedad ejidal, comunal y privada. Para finalizar, se bosquejan recomendaciones para la creación de políticas públicas con miras a solucionar este problema.
El texto consiste en una reflexión cualitativa que surge de la experiencia del autor, no pretende ser un estudio sistemático producto de un trabajo de investigación. Si la o el lector desea contar con información cuantitativa sobre el tema será necesario recurrir a los abundantes datos que se pueden obtener en las fuentes oficiales (Auris; SAHOP; Inegi, Cepal, Indeco; Corett, Fonhapo; Sedue; Sedatu; Insus; Conavi, Infonavit, Fovissste, SHF, RAN, RUV) y a la amplia bibliografía publicada sobre el tema en México y Latinoamérica.
A la manera en que la población mayoritaria del país resuelve su necesidad de vivienda (las cifras oficiales la calculan entre 60 % y 70 %) se le denomina Proceso de Producción Social de Vivienda (PSV), reconocido como un derecho en la legislación, pero prácticamente ignorado en la realidad por las instancias nacionales dedicadas a la atención de la vivienda.
Este tipo de construcción es edificada por la población de más bajos recursos económicos. Por lo general, se trata de personas con empleos no asalariados y que, en consecuencia, no pueden ser derechohabientes de las instituciones creadas para la atención de la vivienda de las y los trabajadores; y que, por otra parte, tampoco reúnen los requisitos exigidos por la banca comercial para otorgar un crédito hipotecario.
Esta población, mediante el esfuerzo propio, la ayuda mutua y siguiendo tradiciones de organización comunitaria, aprovecha los materiales y procedimientos constructivos desarrollados por la cultura local, logrando gestionar y construir la gran mayoría de las viviendas de las que se dispone en el país, tanto en el medio rural como en el urbano.
Para ello se han valido de procedimientos ingeniosos y simples que conciben a la vivienda como un proceso que se desarrolla a lo largo del tiempo, condicionado por dos factores fundamentales: la evolución de las necesidades familiares generadas por la reproducción social y la disponibilidad de recursos que pueden ser destinados a la construcción de la vivienda.
Sería injusto dejar de reconocer los esfuerzos institucionales que han existido para la atención de las necesidades de vivienda de este sector, entre los cuales se deben mencionar los programas de Banobras, del Instituto Nacional para el Desarrollo Cooperativo (Indeco) y del Fondo Nacional de Habitaciones Populares (Fonhapo); y más recientemente de la Comisión Nacional de Vivienda (Conavi), del Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit) y del Fondo de la Vivienda del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (Fovissste), así como las acciones a cargo de los institutos estatales y municipales de vivienda. Otro papel relevante lo han tenido las organizaciones de la sociedad civil (Copevi, Cenvi, Casa y Ciudad, Hábitat para la Humanidad, entre otras) organizadas en torno de la Coalición Internacional del Hábitat (HIC, por sus siglas en inglés), y los propios grupos organizados que, con asesoría de algunas universidades o profesionales independientes, han aportado a la solución de la demanda de un techo. Sin embargo, también es preciso reconocer que todos estos esfuerzos sumados representan una proporción marginal si los comparamos con el número de viviendas y los recursos destinados a la atención de las necesidades de los sectores asalariados y de mayor solvencia económica. ¿Cuáles son las razones que explican esta situación?
La gran limitante: el acceso al suelo
La creciente población que buscaba espacio en las ciudades se enfrentó al incremento del valor del suelo y a la ausencia de opciones para su asentamiento, descubriendo la posibilidad de “comprar” un pedazo de tierra en un ejido para establecerse.
El proceso de PSV referido anteriormente ha demostrado ser una buena solución que se adapta a las restricciones del sistema financiero, pues resuelve la falta de recursos de crédito con el ahorro familiar para construir la vivienda de forma progresiva. Sin embargo, para que el proceso se inicie, las y los interesados deben enfrentar múltiples dificultades para acceder al suelo, ya que este está sujeto a las condiciones especulativas del mercado inmobiliario formal, mismas que resultan inaccesibles para los reducidos recursos con los que cuentan las familias. Además, respecto de la construcción de la vivienda, existe la imposibilidad de resolver la localización de manera progresiva.
Entonces, ¿cómo resuelven estas familias el paso indispensable previo a la construcción de su vivienda? Es necesario identificar, primero, a dos grupos sociales con características bien diferenciadas que se encuentran frente a la necesidad de definir el lugar en el que puedan establecerse:
- Migrantes
Las familias o personas migrantes que han tomado la difícil decisión de abandonar su lugar de origen debido a las limitaciones que enfrentan para sobrevivir en el medio rural; principalmente por falta de empleo y, en consecuencia, de ingreso. Enfrentan la atomización de la propiedad rural y la carencia de medios para la producción, aunadas a la concentración de la propiedad rural en entidades empresariales que incorporan tecnologías y maquinaria para hacer más eficiente la producción y disminuir la necesidad de mano de obra. En tiempos recientes, a este grupo se han incorporado las personas desplazadas por el crimen organizado, quienes se ven obligadas a huir de sus hogares para salvar la vida.
Este grupo, atraído por las supuestas ventajas que ofrece el medio urbano, intenta encontrar ubicación en las ciudades. En primera instancia, como allegados en viviendas de parientes, compadres, amigos o paisanos, en tanto logran acomodarse y generar algún ingreso. En ocasiones, según el número de individuos y su grado de organización, pueden invadir un predio privado o ejidal, o acordar con el propietario del predio las condiciones de pago y el plazo para adquirirlo. Hay que señalar que, aunque la intensidad del proceso migratorio ha disminuido en lo que va de este siglo, todavía hay un flujo migratorio considerable que seguramente disminuirá aún más en el futuro próximo debido a la pandemia.
2. Desdoblados
Este calificativo se aplica coloquialmente a las parejas jóvenes constituidas por las y los hijos de familias residentes en las ciudades que viven en la casa paterna, formando una familia ampliada. Cuando el crecimiento de la familia los obliga, buscan establecerse de forma independiente a partir de los escasos recursos económicos de los que disponen. Esta situación es la más frecuente y responde a la presión generada por las altas tasas de crecimiento demográfico que se presentaron en el país hacia las décadas de 1960 a 1980.
Las (limitadas) opciones para acceder al suelo
Ambos grupos confluyen en la generación de la demanda de suelo para iniciar el proceso de producción de su vivienda y se enfrentan a las siguientes opciones:
- Habitar hacinados en la casa paterna, en espacios restringidos con limitado acceso a servicios, en condiciones de insalubridad y promiscuidad, que frecuentemente conducen a violencia y conductas delictivas que, sobre todo, afectan a las mujeres.
- Rentar una vivienda precaria, un cuarto en una vivienda o la azotea de un edificio, en donde las condiciones de vida son semejantes a las anteriores y el pago no constituye una posibilidad para contar en el futuro con la propiedad de la vivienda.
- Adquirir una vivienda en la periferia lejana, de superficies mínimas (recordar aquellos fraccionamientos de “minicasitas” de 49 metros cuadrados o menos), producida por una empresa desarrolladora dentro de un conjunto que carece de
los equipamientos mínimos. Puede ser adquirida mediante el otorgamiento de un crédito institucional o bancario si las personas cuentan con un ingreso fijo para cubrir el pago de la hipoteca durante 20 o 30 años, al final de los cuales se les permitirá ejercer su pleno derecho de propiedad. Esta solución, que es la mayoritaria en el mercado formal, queda definitivamente fuera del alcance del grupo social que nos preocupa.
Ocupar irregularmente un predio en la periferia lejana de las ciudades, ya sea de propiedad privada o social, con o sin autorización del propietario, carente de infraestructura, servicios y equipamientos. Esta forma de acceso al suelo es la más frecuente, a pesar de estar rodeada de una serie de vicios que generan un altísimo costo social y están lejos de constituir una solución adecuada para los pobladores.
Por la magnitud y complejidad del fenómeno conviene intentar analizar a mayor profundidad la ocupación irregular del suelo, tanto a la propiedad privada como a la social.
Ocupación irregular de la propiedad privada
Ocurre cuando un grupo organizado de colonos, sin conocimiento ni autorización del propietario, ocupa un predio. Son los casos menos frecuentes, que suelen terminar con el desalojo de los ocupantes mediante el uso de la fuerza pública o a través de una negociación con el propietario, donde los funcionarios municipales intervienen para lograr un acuerdo entre las partes. Esto implica un largo y conflictivo proceso en el que es común la aparición de actos de corrupción que involucran a líderes sociales, funcionarios públicos y propietarios del suelo.
Una variante de esta situación es cuando el propietario del suelo entra en connivencia con los ocupantes del mismo, simulando la invasión de una superficie que no cuenta con la certificación de uso del suelo para vivienda por tratarse de suelo clasificado como de conservación o estar destinado a otros usos en los planes o programas de desarrollo urbano correspondientes. Este escenario, en el que el verdadero promotor de la invasión aparece como víctima de una acción violenta, se resuelve finalmente a través de un proceso que conlleva los mismos vicios ya señalados arriba, y termina por legitimar una situación contraria a lo estipulado en los instrumentos de planeación aprobados.
Ocupación irregular de la propiedad social (ejidal o comunal)
Como es sabido, como resultado principal de la lucha revolucionaria, la Reforma Agraria —sustentada en la Constitución de 1917— inicia un proceso que adquiere su máxima intensidad en la década de 1930. Dicha reforma estuvo orientada a repartir la tierra confiscada a las grandes haciendas y latifundios entre campesinos con derechos a salvo, formando así los núcleos ejidales. Para proteger y asegurar la propiedad de las y los ejidatarios, las tierras entregadas se declararon intransferibles, imprescriptibles e inembargables (artículo 27 constitucional). En general, estas dotaciones se ubicaron en torno de los cascos de las haciendas, distantes de los centros urbanos.
A partir de la década de 1960, y con mayor intensidad hasta finales del siglo pasado, empezaron a confluir dos situaciones: por una parte, la imposibilidad de hacer productivos los ejidos dado el reducido tamaño de las parcelas, la falta de recursos para incorporar tecnología, y que, en la mayoría de los casos, se trató de tierra con precaria calidad agrícola, sin infraestructura de riego.
Por otra parte, a partir de esa misma década inicia la llamada explosión demográfica, donde las tasas de natalidad se mantuvieron altas y las de mortalidad descendieron aceleradamente gracias a los avances en la atención a la salud. Ello, sumado al intenso proceso de urbanización, generó un crecimiento poblacional que rebasó la capacidad de previsión de los gobiernos y desató el proceso de especulación con el suelo urbano. Ante la incapacidad para controlar el proceso, las autoridades municipales optaron por retirarse, aduciendo que se trataba de un tema federal para cuya atención no tenían atribuciones.
Esta combinación marcó el inicio de la ocupación irregular de los ejidos, donde los ejidatarios que no podían obtener un ingreso por el cultivo de su tierra vieron la posibilidad de tenerlo al permitir la ocupación por parte de avecindados, a quienes les “vendieron” ilegalmente una fracción de su parcela, la que, debido a la expansión de las ciudades, ahora se ubicaba en su periferia.
Por su parte, la creciente población que buscaba espacio en las ciudades se enfrentó al incremento del valor del suelo y a la ausencia de opciones para su asentamiento, descubriendo la posibilidad de “comprar” un pedazo de tierra en un ejido para establecerse. El resultado de esta situación fue la aparición, en prácticamente todas las grandes y medianas ciudades del país, de extensas zonas cubiertas por viviendas precarias sin obedecer a una estructura mínimamente organizada, sin servicios ni equipamientos, transporte o espacios, públicos y recreativos.
La primera reacción del Estado ante esta situación ocurre en el Estado de México en la década de 1970. Mediante la acción conjunta del entonces Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización (precursor de la Secretaría de la Reforma Agraria) y el Instituto de Acción Urbana e Integración Social (Auris) (creado por el gobierno estatal para atender la creciente problemática urbana), se inició el proceso expropiatorio de miles de hectáreas ejidales en los municipios metropolitanos del Estado de México, colindantes con el entonces Distrito Federal, con dos propósitos: regularizar la tenencia de la tierra en estas extensas zonas irregulares, y generar reservas territoriales para evitar la reproducción de la irregularidad.
En estas reservas se construyó la nueva ciudad de Cuautitlán-Izcalli y también una serie de conjuntos habitacionales denominados Izcallis, que se destinaron a población de ingresos medios y bajos. A partir de esa experiencia, un par de años después se creó la Comisión de Regularización de la Tenencia de la Tierra (Corett) como un organismo efímero, con el objetivo de regularizar la tenencia en todo el país y acabar para siempre con la irregularidad.
En términos generales, el proceso establecido para ello inició con la identificación de asentamientos irregulares que, por su magnitud, grado de consolidación o debido a la presión política ejercida por los pobladores, se consideraba que debían ser atendidos. Intervinieron líderes y gestores que manejaron las listas de quienes serían beneficiados; las autoridades ejidales, la Procuraduría Agraria, las autoridades estatales y municipales, junto con la Corett, integraban los expedientes y preparaban los decretos expropiatorios para pasar los derechos de la propiedad de manos de los ejidatarios a las de los pobladores.
A lo largo del proceso, que podía implicar varios años de trámites, se fueron sumando nuevos interesados en ser beneficiados y nuevos promotores e intermediarios, entre ellos, políticos en campaña que ofrecían la regularización a cambio de votos. De esta manera, la regularización se transformó en un juego de “todos ganan”, sin que esto implicase una inversión por parte del Estado. Los ejidatarios obtuvieron una compensación por vender su tierra, lo que la ley expresamente prohibía, y los ocupantes lograron un papel que los hizo legítimos propietarios del suelo que, al entrar en el mercado formal inmobiliario, incrementó significativamente su valor, aunque su localización fuese inadecuada y persistieran las carencias en equipamientos y servicios.
A principios de la década de 1990, coincidiendo con las políticas de impulso a la privatización, se modificó el artículo 27 constitucional y se abrió así la posibilidad de privatizar los ejidos mediante la votación mayoritaria de los ejidatarios, con el fin de asumir el dominio pleno de sus parcelas, certificada en asamblea por la Procuraduría Agraria. Es así que las empresas desarrolladoras adquirieron el suelo en dominio pleno a un precio que, si bien era superior a su valor comercial agrícola, estaba muy por debajo del que resultó una vez obtenida, por parte del ayuntamiento —generalmente mediante el pago de sobornos a quien corresponda—, la autorización de cambio de uso del suelo necesaria para la obtención de las licencias y el financiamiento para la construcción de las viviendas que, finalmente, fueron entregadas a las y los derechohabientes de las instituciones, liquidando su deuda ante los desarrolladores inmobiliarios.
Reflexiones y recomendaciones finales
A través del proceso descrito podemos observar algunos elementos que vale la pena destacar:
- La población de bajos recursos económicos no tiene acceso al mercado formal de suelo urbano.
- El proceso progresivo de producción social de la vivienda ha demostrado su eficacia, pero no puede aplicarse a la localización.
- La localización de la vivienda está determinada por el mercado especulativo del suelo.
- Tanto los asentamientos irregulares como los conjuntos habitacionales cerrados generan segregación social.
- Los asentamientos irregulares no consideran los espacios necesarios para el equipamiento, espacios públicos, verdes y recreativos.
- Los planes de desarrollo urbano no se aplican o se modifican en función de los intereses de los desarrolladores.
- El acceso al suelo para las personas de bajos recursos económicos no puede resolverse de manera individual, ni aun contando con financiamiento.
- La regularización de la tenencia de la tierra no garantiza el acceso a una vivienda adecuada.
- La regularización reproduce la irregularidad y está plagada de vicios y corrupción.
- El gobierno asume una posición pasiva y solo interviene cuando las situaciones de irregularidad están consolidadas.
Hasta ahora, pudiéramos afirmar que no existe una solución para resolver el acceso al suelo para la población de bajos recursos, pero se pueden señalar algunos caminos que pudieran permitir la atención al sector mayoritario de la población, siendo conscientes de las grandes limitaciones existentes.
La estrategia fundamental debe orientarse a atender a la población antes de que se vea obligada a recurrir a la ocupación irregular del suelo. Esto implica que el gobierno, en sus distintos ámbitos, asuma la responsabilidad de suspender los programas de regularización y prevea en los planes de desarrollo urbano la ubicación de los sitios adecuados para el establecimiento de la población y los mecanismos idóneos para lograrlo. Entre estos últimos podemos destacar la creación de reservas territoriales que pueden generarse por medio de la expropiación o por la adquisición, por parte del municipio, de terrenos apropiados, definidos en el plan de desarrollo urbano correspondiente, o mediante la asociación con los ejidatarios para desarrollar sus tierras mediante esquemas de reajuste parcelario, de acuerdo con lo estipulado en los planes, recurriendo a la banca de desarrollo para el financiamiento correspondiente.
Un esquema semejante puede realizarse mediante la constitución de empresas mixtas con las empresas desarrolladoras, en localizaciones adecuadas que garanticen la integración al tejido urbano existente y en donde se acuerden los espacios y las inversiones necesarias para ofrecer soluciones integrales a la vivienda, de manera que la expansión de las ciudades mantenga densidades adecuadas y contemple la diversidad de espacios y usos del suelo necesarios para la convivencia y la actividad económica.
En estos casos es fundamental el control de los precios de venta para garantizar el acceso de la población de menores recursos y el establecimiento de programas de vivienda incluyente que permitan el subsidio cruzado en los desarrollos, aplicando precios diferenciados al suelo según la diversidad de usos propuestos y a la venta de derechos de desarrollo para incrementar la oferta de espacios para la vivienda multifamiliar, oficinas y otros usos compatibles. Lo anterior puede ser de gran utilidad para recuperar plusvalías que resultan del mismo proyecto y pueden cubrir los costos de construcción de la infraestructura.
La estrategia fundamental para resolver el acceso al suelo para la población de bajos recursos debe orientarse a atenderla antes de que se vea obligada a recurrir a la ocupación irregular.
Los proyectos de lotes y servicios utilizados en otras épocas han dejado de ser atractivos, porque el costo resulta inalcanzable para los pobladores. Sin embargo, si se introduce el criterio de progresividad para los servicios se puede pensar en la opción de ofrecer lotes con proyecto, en los cuales esté resuelta la localización y su vínculo con la ciudad, así como la ubicación de los espacios destinados a los equipamientos y usos complementarios que podrán realizarse junto con la infraestructura de manera progresiva, según los proyectos previstos en los sitios adecuados.
El apoyo a la figura de condominio familiar abre grandes posibilidades de atención a las familias desdobladas con beneficios significativos para ellas. Se trata de resolver, en el mismo predio donde vive la familia ampliada, la construcción de nuevos espacios para albergar a los nuevos hogares, ya sea en un segundo o tercer piso o en espacios libres del mismo lote. Según las condiciones, en cada caso se puede incluso pensar en espacios adicionales para ser rentados o vendidos. En esta solución, los condóminos pueden acceder a un crédito hipotecario al constituirse el condominio.
Entre las ventajas que ofrece esta solución está el hecho de que se mantiene el vínculo familiar y el arraigo en la zona donde ya se ha establecido una relación vecinal, lo que fortalece la cohesión social. Se trata de zonas que se ubican al interior de las ciudades y ya cuentan con infraestructura, servicios y equipamientos, donde la densidad puede incrementarse fortaleciendo la convivencia barrial. La escala de esta forma de solución puede ser muy grande siguiendo la idea de construir miles de proyectos de pocas viviendas dentro de la ciudad en lugar de construir pocos proyectos con miles de viviendas fuera de la ciudad.
Para poner en práctica este tipo de proyectos a la escala que se requiere es necesario involucrar en la gestión a los institutos de vivienda o inmobiliarias estatales y municipales para apoyar la organización social, ya sea en cooperativas o asociaciones civiles para la adquisición del suelo, además de negociar con las instituciones nacionales de vivienda y la banca los mecanismos crediticios correspondientes. Adicionalmente, esta forma de atención a la vivienda puede generar empleo para profesionistas independientes y pequeños constructores, así como estimular la actividad económica en los barrios y la derrama de recursos entre operarios, artesanos y distribuidores de materiales locales.
El objetivo central de impedir la proliferación de los asentamientos irregulares con todas sus secuelas negativas requiere de acciones firmes que impidan físicamente la ocupación de superficies que deben ser conservadas por sus características ambientales, tales como áreas naturales protegidas, zonas forestales y de recarga de acuíferos, áreas pantanosas, inundables o con grandes pendientes, y aquellas donde se presenten fallas geológicas, entre otras. Estas áreas deben ocuparse intensivamente con usos compatibles con su vocación ambiental, entre ellos: viveros forestales, floricultura, horticultura, fruticultura, investigación científica, parques urbanos y metropolitanos, turismo ecológico, etc., y deben contar con el apoyo crediticio para que los propietarios obtengan una ganancia lícita por la actividad productiva que realicen, evitando la ocupación irregular de sus parcelas.
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