América Latina enfrenta grandes retos en materia de vivienda, como el déficit habitacional, los asentamientos informales, problemas de financiación y obstáculos legales. Este artículo se apoya en experiencias académicas y profesionales en proyectos de mejoramiento integral de barrios desarrollados en el área metropolitana del Valle de Aburrá —específicamente en Medellín y Bello—,1 para delimitar el concepto de vivienda desde tres perspectivas esenciales: la social, la cultural y la económica. Asimismo, se plantea una crítica a la homogenización de las soluciones habitacionales, frecuentemente reflejada en los resultados formales de los proyectos de vivienda. Además de reflexionar sobre el estado actual de la vivienda en la región, el artículo insta a una reevaluación fundamental de cómo abordamos el desafío de la vivienda en un mundo en constante evolución.
América Latina destaca por su vasta diversidad cultural y social que configura un mosaico de realidades urbanas con similitudes y contrastes notables. Desde las laderas de Medellín hasta las extensas urbes que definen el horizonte latinoamericano, la necesidad de abordar los desafíos habitacionales resuena como un eco persistente.
Ciudades tan disímiles como Quito en la altura y Río de Janeiro al borde del mar comparten la búsqueda de soluciones habitacionales equitativas, así como también enfrentan la complejidad de la informalidad y la desigualdad. En megametrópolis como México y Sao Paulo, la vivienda se convierte en un desafío monumental, lo que demanda soluciones adaptativas y políticas públicas eficaces.
En este paisaje diverso, la vivienda no solo representa un techo, sino el hilo que entrelaza las narrativas de ciudades con desafíos similares, pero intrínsecamente diferentes. Este tejido urbano, donde las ciudades convergen en la búsqueda común de un hogar digno, configura el futuro habitacional de nuestra región.
Desafíos compartidos en América Latina
En el área metropolitana del Valle de Aburrá, específicamente en Medellín y Bello, las realidades locales se entrelazan con patrones más amplios que definen la vivienda en América Latina. La proliferación de asentamientos informales, el persistente déficit habitacional y las barreras financieras son problemas compartidos que delinean el panorama regional.
Expertos y académicos como Enrique Ortiz (Flores, 2007), conocido por su trabajo en temas urbanos y habitacionales, quien ha abordado la cuestión de los asentamientos informales y la necesidad de políticas inclusivas; o Raquel Rolnik (Rolnik, 2017), destacada urbanista brasileña que ha contribuido significativamente al campo de los estudios urbanos, enfocándose en prácticas participativas y soluciones habitacionales centradas en la comunidad; o Fernando Carrión (Carrión, 2016), quien ha explorado las dinámicas de las ciudades latinoamericanas, así como la importancia de abordar la vivienda desde una perspectiva integral; han arrojado luz sobre la complejidad de la vivienda en América Latina, con fundamentos sólidos para una comprensión más amplia (Carrión, 2016) de la situación habitacional en la región. Estas ideas encuentran eco en escenarios multilaterales como la Cumbre del Hábitat,2 donde se promueve el intercambio de experiencias y la consideración de agendas compartidas, fortaleciendo así la solidaridad regional.
En este amplio escenario de retos surge una verdad innegable: las problemáticas de la vivienda son compartidas. A lo largo de América Latina y el Caribe nos enfrentamos a desafíos irrefutables que definen la realidad habitacional de nuestra región. La lucha contra la proliferación de asentamientos informales, el persistente déficit habitacional, las barreras financieras, la desigualdad urbana y social, así como la necesidad de enfoques participativos son elementos centrales de nuestra narrativa común.
Este ejercicio pretende ser una reflexión, un testimonio y un llamado a la acción, para explorar algunas realidades locales respaldadas por experiencias compartidas. Con la intención de abordar problemáticas innegables se abre la puerta a la posibilidad de agendas compartidas, a la transferencia de conocimiento y a la construcción de un futuro habitacional más justo y sostenible para las y los ciudadanos de este continente.
El concepto de vivienda digna
Si le pedimos de manera espontánea a cualquier persona que dibuje una casa, regularmente trazará un rectángulo como la base de un edificio, coronado por un triángulo que representa su techumbre, una puerta y una o dos ventanas, tal vez una chimenea y, en un giro poético, un camino hasta la puerta y un jardín o un árbol. En esta síntesis visual se encapsula una construcción conceptual que se ha sintetizado a lo largo de muchos años, mediada por la influencia de la literatura y la memoria colectiva. De manera análoga, propongo que exploremos el concepto de vivienda a través de tres prismas fundamentales: el social, el cultural y el económico.
Esta aproximación nos brindará la oportunidad de cercar y analizar el concepto, sometiéndolo a una evaluación más cercana. Al entender los elementos que constituyen la síntesis de la vivienda como un constructo social, cultural y económico, especialmente dentro del contexto latinoamericano, podemos vislumbrar con mayor claridad los escenarios que podrían ofrecer respuestas efectivas a las necesidades en este ámbito.
Encuadre social de la vivienda
La vivienda ha sido parte y epicentro de la experiencia vital humana, un espacio donde las interconexiones familiares moldean nuestra condición individual. Más que una estructura física, se presenta como un anclaje vital que facilita la integración del individuo a la estructura social. Es en este núcleo donde se construyen las bases para la interacción de los individuos y su relación con el entorno. Desde la infancia, la casa es el testigo silencioso de juegos, los aprendizajes y el crecimiento. A medida que la familia evoluciona, la vivienda se expande y se transforma en la encarnación física de la progresión familiar. Los hijos, al crecer y en muchos de los casos no poder emanciparse, requieren un nuevo espacio y ocupan nuevos módulos, ya sea en la parte posterior o en plantas superiores de la casa para, finalmente, convertirse en el refugio donde se transita la vejez, rodeados por la familia y los vecinos que han compartido historias a lo largo del tiempo.
Es probable que la idea de familia se haya transformado vertiginosamente en los últimos años pero, al margen de esos cambios, la premisa sobre la cual nos interesa reflexionar se refiere a la condición individual y colectiva en el espacio que intentamos acotar y definir como vivienda. Las recientes circunstancias que obligaron un distanciamiento social por la pandemia de la COVID-19 sacudieron con fuerza esta construcción conceptual y formal de la vivienda, lo que dejó al descubierto nuevos desafíos y brechas entre las necesidades habitacionales y las soluciones que estamos brindando.
Sin previo aviso, las familias que difícilmente cubren sus necesidades habitacionales se vieron enfrentadas al reto de “quedarse en casa”. ¿Pero a cuál casa nos referíamos?, ¿y en qué condiciones? Todos nos vimos enfrentados a esta situación, pero aquellas familias que viven del día a día, con pocas o nulas oportunidades laborales, presenciaron atónitas el llamado a encerrarse de manera indefinida mientras se buscaban soluciones a la emergencia sanitaria. ¿De qué vivirían?, ¿y en dónde? Esta situación nos recuerda la dramática frase que le responde un pequeño niño de la calle a la protagonista en la película La vendedora de rosas, de Víctor Gaviria: cuando se le increpa por llegar drogado y sin zapatos a una cita, el niño, sosteniendo una botellita de pegante, le responde “¿pa’ qué zapatos sin casa?” (Gaviria, 1998). La cruda realidad de la precariedad o ausencia de viviendas de nuestras poblaciones más vulnerables afloró en medio de las sonoras alarmas de un problema sanitario apocalíptico que no respetó ninguna condición social, cultural o económica.
Bajo esta perspectiva, la vivienda no solo es un ancla sino también un portal; sus características son moldeadas por las relaciones que alberga. Esta dinámica queda validada por la vecindad, por las interacciones que se entrelazan en su espacio inmediato. Manuel Delgado, al referirse a la vida en las calles de Medellín —que bien podría extrapolarse a cualquier calle de un barrio popular latinoamericano—, destaca cómo, ante la carencia de equipamientos deportivos, la calle se convierte en la cancha de futbol para niños y jóvenes (Delgado, 1996). La noción de barrio se convierte en la representación física de una comunidad, donde la iglesia emerge como el núcleo y, en su ausencia, podría ser la escuela la que se transforma en un salón comunitario durante las horas sin clases. Las celebraciones populares se convierten en fiestas comunitarias, y el paso de una feria se manifiesta como una expresión que valida las relaciones sociales entre individuos que comparten, como denominador común, su vivienda.
Encuadre cultural de la vivienda
La vivienda se presenta como un constructo simbólico que encierra la esencia de una comunidad y su historia. Ya sea como un edificio palafítico junto al mar o a la orilla de un río, una casa campesina en una región cafetera hecha de barro y guadua (bambú), o una casa “de material” —como suele llamarse a las construidas en bloque o ladrillo— exaltando la evolución de un edificio que ha mejorado sus condiciones materiales en el tiempo y que representa el esfuerzo de una familia por consolidar el sueño de tener una casa firme, como en la fábula de los tres cerditos.
Una edificación crece con sus moradores y con la proyección de cada individuo, es el sueño de todo hijo o hija como expresión de superación, que se hace realidad cuando le da a sus padres una mejor casita. En los barrios latinoamericanos es común ver altares en algunas casas, que representan la fe de sus moradores, donde agradecen algún favor que permitió soportar aquel proyecto de edificio; o la suntuosa fachada en mármol de algún vecino a veces está asociada al progreso de uno de sus moradores. En cualquier reunión familiar de nuestros países es posible escuchar a un padre que, orgulloso, recuerda el momento en que “echaron la plancha” —refiriéndose a la loza que le permitió crecer un nivel—, o las diferentes mejoras que ha hecho a lo largo de muchos años, con recursos ocasionales, con su pensión por jubilación, con sus ahorros o porque se ganó la lotería. Y esto encierra el sueño de una casa moderna, como las que se ven por televisión.
Cada construcción es un testimonio arquitectónico de la diversidad cultural de Latinoamérica. La vivienda rural, aislada entre paisajes naturales, distante de la ciudad, o la urbana, ya sea adosada en un barrio tradicional o agrupada en unidades cerradas contemporáneas. Cada estilo refleja la identidad única de la comunidad y su relación intrínseca con el entorno. La vivienda, en este marco, se convierte en una obra de arte viviente que encapsula la riqueza y la complejidad de la cultura que la rodea.
Encuadre económico de la vivienda
La vivienda es un activo que va más allá de su función residencial. En la vivienda rural se manifiesta como el pancoger,3 que constituye el epicentro de actividades productivas como la agricultura y el comercio familiar. En el entorno urbano, la vivienda se transforma en un catalizador económico que alberga emprendimientos familiares, los cuales trascienden los límites de lo habitacional. Desde tiendas de barrio hasta restaurantes caseros, talleres de reparaciones y otros negocios, la casa se convierte en la cuna de emprendimientos que no solo sustentan a la familia, sino que también influyen en la dinámica económica local.
Es, en muchos casos, la génesis de proyectos empresariales que encuentran sus raíces en prácticas rurales, replicadas con éxito en el contexto urbano. La vivienda, desde este enfoque, se convierte en el punto de partida y apalancamiento para iniciativas económicas familiares y locales. Por ello también debemos entenderla como el capital semilla de posibles emprendimientos, el respaldo material de una inversión o el resguardo físico que impulsa las ideas de sostenibilidad de una familia.
Actores, la participación y el diálogo
Uno de los retos globales en nuestros países es superar la gran brecha social que convierte a la vivienda en un escenario prioritario. Las soluciones a esta compleja problemática requieren comprender las particularidades de cada contexto local, regional y nacional. Pero, como ya hemos expresado, es posible destacar los elementos transversales y los factores comunes a esta problemática, y uno de ellos es el papel de los actores implicados: el gobierno, los desarrolladores, la academia y, por supuesto, las y los habitantes. Una tarea crucial consiste en mediar entre sus intereses.
En las discusiones técnicas o académicas, ya sea a nivel local, regional o internacional, es común observar una ruptura entre estos actores, además de la evidente distancia entre las necesidades de los ciudadanos y las posibles soluciones propuestas por parte de los desarrolladores privados o las iniciativas gubernamentales. En medio de este panorama, la academia ha desempeñado un papel importante, con mayor o menor incidencia, centrando sus esfuerzos en investigar y proponer enfoques innovadores. A veces, también ha asumido el rol de garante de los gobiernos ante la ciudadanía, al liderar equipos para diseñar soluciones integrales. Sin embargo, es frecuente encontrar comunidades desconfiadas que toman distancia de los cuerpos académicos debido a diagnósticos que algunas veces no se traducen en acciones concretas en medio de sus precariedades.
En el contexto particular latinoamericano, las interacciones entre los actores involucrados han sido parciales. Sí se ha observado un diálogo abierto entre los ciudadanos y el gobierno, pero este se ve afectado por la desconfianza, dado que muchas de las circunstancias y brechas están vinculadas al abandono institucional. En algunos casos, esta relación está determinada por acciones legales. Existe también una comunicación entre la academia y la ciudadanía en un escenario de mayor confianza cuando se ha tratado de acompañamiento técnico en diversos procesos. Además, hay diálogo establecido entre el gobierno y los desarrolladores, el cual está determinado por asuntos económicos y legales que facilitan el desarrollo efectivo de los proyectos.
Del otro lado, no se aprecia comunicación fluida y eficaz entre los ciudadanos y los desarrolladores. Esta carencia aleja las propuestas que emanan tanto de ellos como de las realidades del contexto. Es el gobierno entonces quien actúa como el cliente que determina las necesidades y aprueba los proyectos que finalmente se ejecutan, pero ¿quiénes, dentro del gobierno, determinan esas necesidades o aprueban los proyectos? ¿Profesionales con amplia experiencia en asuntos técnicos de ingeniería y construcción? ¿Administradores que validan aspectos económicos como gestores de un proyecto? ¿Equipos de abogados que garantizan procedimientos rigurosos, blindando jurídicamente los procesos? En el mejor de los casos se puede dar un equipo interdisciplinario que incluya todas estas funciones. Pero surge la incertidumbre sobre quién está al tanto de las dimensiones sociales, culturales y económicas, que hemos resaltado como elementos determinantes en la solución de una vivienda ajustada a las necesidades de nuestra población.
Esta falta de conciencia podría ser la fuente principal de las posibles deficiencias en las propuestas que hemos venido desarrollando. Por ejemplo, proyectos en suburbios que no logran consolidarse y permanecen vacíos, a pesar de las urgentes necesidades de habitación, o la proliferación de asentamientos informales en los bordes de nuestras ciudades, que se convierten en cinturones de miseria. Estas situaciones reflejan otras circunstancias que complican la enorme tarea de solucionar un problema estructural que demanda propuestas integrales, donde las soluciones de vivienda son solo una parte de la respuesta a los intrincados problemas del hábitat.
Es importante garantizar una mesa en la que participen los diferentes actores implicados, donde expongan sus intereses abiertamente: el rédito económico de un privado no debería ser satanizado o mal visto por los demás integrantes de la mesa, a menos de que las soluciones no cumplan con las necesidades que están buscando ser satisfechas. También debería existir una comunicación fluida entre los desarrolladores y los investigadores en busca de innovación en todos los frentes de trabajo de las soluciones de vivienda. Los intereses del Estado deberían estar en consonancia con los indicadores que ha planteado en sus planes de desarrollo, y la transparencia para comunicarlos debería ser la garantía para recuperar la confianza en lo público. Debemos imaginarlo como un juego de Tangram, un rompecabezas con unas pocas piezas y en el que cada actor tiene alguna de ellas: de la capacidad que tengamos para satisfacer las necesidades de cada uno de los actores y su apropiada participación depende el éxito de completar aquel rompecabezas.
Los problemas que enfrentamos y las dificultades en los procesos que impiden la solución al Tangram de la vivienda y el hábitat también se repiten en toda la región: la imposibilidad de resolver asuntos legales, la inviabilidad por asuntos ambientales, la dificultad para gestionar los recursos necesarios para un cierre financiero, la carencia de suelos aptos que obliga a expandirnos en el territorio, son solo algunos. Pero también es probable que la acción particular de cada actor, o las conversaciones parciales sin la participación de todos los actores, sea la razón por la que terminamos con soluciones precarias con respuestas técnicas alejadas de las realidades del contexto intervenido, o con modelos específicos que promueven proyectos homogéneos con pocas variables de adaptabilidad a las condiciones específicas del lugar.
Las problemáticas de vivienda a las que nos enfrentamos son de tales proporciones que los gobiernos han procurado soluciones masivas como parte de sus propuestas: a lo largo de todo el continente y a través de diferentes mecanismos financieros se han subsidiado numerosos proyectos en la búsqueda de facilitar el acceso de las familias a una vivienda. Incluso en algunos casos, como en Colombia, se han hecho campañas de miles de viviendas gratis, aunque sabemos que esta vía conduce regularmente a la homogenización de las soluciones, lo que suele alejarnos de una vivienda equilibrada en sus aspectos sociales, culturales y económicos. Las soluciones masivas y homogéneas recuerdan la producción en serie; la estandarización de las soluciones condiciona las posibles modificaciones de los edificios; la brecha cultural entre los ideales de las comunidades y las soluciones desarrolladas es tal que muchas están condenadas al fracaso. Además, la ubicación de los nuevos desarrollos desencadena problemas de desarraigo que rompen las dinámicas sociales y económicas de los asentamientos que pretenden mejorar o suplir.
Es difícil imaginar alternativas en este escenario, pero hay casos alentadores en los que parece resolverse el Tangram. Tal vez el más reconocido es el de Alejandro Aravena y su vivienda expansible (Aravena, 2012), o el de Tatiana Bilbao y su aproximación a las comunidades —como ejemplo del ejercicio que reclamamos de establecer comunicación entre desarrolladores y moradores—4 (Bilbao, 2018).
También tenemos referencias, como el caso uruguayo del programa de cooperativas, donde no hay desarrolladores privados involucrados. El objetivo es facilitar el acceso de las familias a soluciones habitacionales a través del sistema cooperativo. Otro ejemplo es la autogestión del MOI (Movimiento de Ocupantes e Inquilinos de Buenos Aires), que ofrece ejemplos interesantes de intervención y forma parte de una red de proyectos similares en el continente. Estos ejemplos nos permiten entender que la diversidad y las particularidades requieren ampliar las conversaciones entre los actores. Aunque existan factores comunes en la problemática, esto de ninguna manera implica que las soluciones deban ser como las del siglo pasado: modélicas, generales y absolutas.
En el marco institucional, la concepción lineal de las soluciones habitacionales enfrenta obstáculos económicos y legales en la fase de cierre financiero y la entrega de titularidad. El tamaño del problema y los recursos públicos limitados dificultan la viabilidad de proyectos tradicionales. Se vuelve entonces necesario replantear la relación con la titularidad de la propiedad. La opción de vivir en arriendo, antes percibida como secundaria, ahora es una alternativa de tenencia válida y más realista, capaz de adaptarse a las complejidades socioeconómicas y de contribuir a soluciones habitacionales más flexibles y asequibles. Este enfoque podría ser clave para abordar la crisis habitacional desde una perspectiva más inclusiva y sostenible. Explorar vías que permitan al Estado garantizar un acceso equitativo a los alquileres es componente esencial para promover la justicia social y la equidad en el ámbito habitacional.
A manera de conclusión
En el transcurso de esta reflexión aseveremos que la vivienda en Latinoamérica no es solo un techo, sino un tejido complejo que entrelaza lo social, lo cultural y lo económico. Los actores claves, gobierno, desarrolladores, academia y habitantes, emergen como protagonistas en un escenario donde la comunicación y colaboración entre ellos resultan esenciales. Desde nuestra experiencia en Bello reconocemos que las soluciones habitacionales no son universales; deben adaptarse a las particularidades de cada contexto.
La homogenización de las respuestas y la falta de diálogo entre ciudadanos y desarrolladores pueden conducir a soluciones desconectadas de la realidad. Afortunadamente existen ejemplos en el continente que ilustran la viabilidad de opciones adaptadas y la necesidad de replantear las conversaciones entre actores. En última instancia, la vivienda no solo resuelve una necesidad básica, sino que se convierte en un catalizador social y urbano, y es en la diversidad y la colaboración donde encontramos el camino hacia soluciones habitacionales más equitativas y sostenibles.
Notas
1. Estas reflexiones fueron compiladas y ordenadas para ser expuestas en el segundo “Foro de Vivienda – Por una Ciudad Caminable”, en Guadalajara, México, en agosto de 2023.
2. El autor se refiere a la Cumbre Internacional del Hábitat de América Latina y el Caribe, que ha celebrado dos ediciones: agosto 2022 y agosto 2023, en Guadalajara, Jalisco, México, bajo el auspicio de ONU-Hábitat y la Universidad de Guadalajara, entre otras instituciones aliadas.
3. N. del E.: En Colombia y otros países latinoamericanos se denomina así a aquellos cultivos que satisfacen parte de las necesidades alimenticias de una población determinada, por ejemplo, el maíz, el frijol, la yuca, el plátano, el ñame, la caña.
4. Su poética alusión a “las barras de acero de la esperanza”, refiriéndose a las varillas que aguardan ampliaciones en las viviendas y que forman parte del paisaje urbano en todas las ciudades del continente fue controvertida por las personas entrevistadas en su proyecto de Ciudad Acuña, en Coahuila. La comunidad manifestó su deseo de tener una casa terminada, y se propuso entonces una cubierta a dos aguas que representara este deseo (Bilbao, 2018).
Referencias
Aravena Mori, A. (2012). Elemental: Manual de vivienda incremental y diseño participativo. Hatje/Cantz.
Bilbao, T. (7 de marzo de 2018). Matching Architecture to People’s Needs, by Listening to Them First. (E. Malkin, Entrevistador)
Delgado, M. (1996). Violencia, comunicación e intercambio en Medellín, Colombia. En U. i. architects, Presente y futuros (pp. 174-183). ACTAR.
Carrión Mena, F. (2016). El derecho a la ciudad en América Latina. CLACSO.
Gaviria, V. (Dirección). (1998). La vendedora de rosas [Película].
Ortiz Flores, E. (2007). Integración de un sistema de instrumentos de apoyo a la producción social de vivienda. Coalición Internacional para el Hábitat (HIC-AL).
Rolnik, R. (2017). Guerra dos lugares: a colonização da terra e da moradia na era das finanças. Boitempo Editorial.